Cincuenta y cuatro años van a separar a la generación del baby boom de la del baby crash, porque más pronto que tarde habrá que ponerle un nombre a la anomalía demográfica en curso en España. Lo anticipó la semana pasada el Instituto Nacional de Estadística (INE), con las cifras, aún provisionales, del primer semestre del 2018: salvo sorpresas cuando estén disponibles los números del segundo semestre, este será el año con menos nacimientos desde que las estadísticas oficiales son fiables, es decir, desde 1941, cuando la población total era de 26 millones de personas. En Extremadura la cosa fue todavía peor, con una caída de la natalidad del 10,3%, casi el doble que la nacional y la segunda mayor de España.

Ayer el Instituto de Estadística de Extremadura (Ieex) publicó el detalle de los datos del 2017, ya definitivos, del movimiento natural de la población en la comunidad autónoma. En total, el año pasado se produjeron 8.495 nacimientos, un 3,3% menos que en el 2016. La mortalidad, por el contrario, aumentó un 3,1%, con 11.585 fallecimientos, lo que se traduce en un crecimiento natural negativo de 3.090 personas en la región.

Antonio Pérez, profesor de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Extremadura, menciona como uno de los factores que contribuye a este desplome de la natalidad el que «tenemos unas generaciones de mujeres fértiles que son cada vez más reducidas, ya no son mujeres del baby boom, sino que han nacido después de los ochenta», dentro de unas cohortes de población más escasas.

A este elemento se suma, precisa, el que las mujeres acceden a la maternidad a una edad cada vez más tardía, en torno a los 32 años, y «sobre todo» que se ha reducido «considerablemente la fecundidad», que en la región, con 1,29 hijos por mujer de media, está algo por debajo incluso de la exigua media nacional.

Las cifras dadas a conocer por el Ieex llegan hasta el nivel municipal, donde se evidencia cómo el paulatino envejecimiento de la población y unas tasas de natalidad batiendo récords históricos a la baja hacen que cada vez sean más los pueblos extremeños que van quedándose sin niños. El año pasado acabó en 44 localidades de la comunidad autónoma sin que se contabilizase en ellas un solo alumbramiento. En muchos de los casos esto no supuso ninguna novedad para sus vecinos. De hecho, en 17 era el segundo ejercicio consecutivo sin nacimientos, para diez fue el tercero, y los que sumaban ya cuatro y cinco años en esta situación fueron seis y cuatro, respectivamente. Si el listón se pone apenas un poco más alto, en los cinco nacimientos en un lustro, uno por año, hay sesenta poblaciones (más de un 15% de todas las que hay en la región) en las que no se supera esta barrera.

El proceso de envejecimiento es especialmente acusado en la provincia de Cáceres, con 35 de los pueblos sin recién nacidos en el 2017. También golpea con más fuerza en los municipios de menor tamaño. En la provincia de Cáceres, las localidades más populosas que no tuvieron bebés en el 2017 fueron Alía, con 865 empadronados a 1 de enero del 2017, y Membrío, con 658. En la de Badajoz fueron Peñalsordo, único que supera la barrera del millar de habitantes (1.008), y Magacela, con 535. La mayor parte de ellos se mueven, en cualquier caso, de las trescientas almas hacia abajo. «El panorama es desolador sobre todo en el medio rural, en los municipios pequeños, en especial en los de menos de mil habitantes, pero que en Extremadura suponen la mitad del total», remarca Pérez.

En España, el 30% de las mujeres tienen su primer hijo pasados los 35 años, y el 7%, con más de 40. La española es una de las tasas de natalidad más bajas del mundo, y lo trágico es que la media de 1,3 hijos por mujer no es por gusto. No tienen los hijos que desean, sino los que pueden. Casi tres de cada cuatro españolas querrían tener al menos dos hijos, de acuerdo a la Encuesta de Fecundidad, cuyo avance dio a conocer también el INE recientemente. La proporción de las que quieren tener tres ronda el 25%.

A corto y medio plazo, Antonio Pérez deja claro que «la caída de la natalidad no la vamos a poder solucionar. Las pocas medidas que se han tomado de aquí para atrás, como el cheque bebé, no han tenido unos efectos patentes ni a escala regional ni nacional. Las medidas que afectan a la natalidad y a la fecundidad se notan a largo plazo. Hay países que ahora están viendo cómo se recupera, los nórdicos o Francia, pero con iniciativas que empezaron a poner en marcha hace cuarenta años».

Y tampoco tiene dudas de hacia dónde deben ir encaminadas esas medidas: «A la conciliación de la vida laboral y familiar, con excedencias por maternidad que alcancen el año, guarderías económicas y adaptadas a las necesidades de los padres o flexibilidad en el horario laboral». Es la receta que ha tenido éxito, arguye, en los lugares que ahora empiezan a ver cómo repuntan los nacimientos.

El único consuelo que ofreció el INE en su último informe semestral fue que, a pesar del crecimiento vegetativo negativo, el censo aumenta gracias a que durante el primer semestre del 2018 se empadronaron en España 100.764 extranjeros. Algo es algo.