Patricia Sierra Solís (Gargáligas, Badajoz, 1979) es profesora del colegio Donoso Cortés de Cáceres. Tiene un largo bagaje en campos de refugiados de Grecia, Líbano, Siria, Serbia, Croacia y El Sáhara. Creía que lo había visto todo, pero tras su experiencia como voluntaria de RedCor en Cáceres por la crisis del coronavirus, admite que «estaba equivocada».

--El día que se realiza esta entrevista va camino de Acisjf, en la plaza de San Juan. ¿Cuál es allí su función?

--Cada mes, desde marzo, hacemos reparto de comida porque las voluntarias de Acisjf son muy mayores y debido al confinamiento no podían salir. Pidieron la ayuda de RedCor y nosotros pusimos toda la logística en cuanto a las medidas de higiene, mascarillas y guantes. Organizamos los alimentos y también los distribuimos. Los usuarios, previa llamada de la presidenta, vienen a una hora fijada y entregamos a cada persona las donaciones del Banco de Alimentos.

--¿Dónde le pilló el coronavirus y cómo recuerda ese día?

--Lo recuerdo en casa. Empecé todo esto por una llamada del alcalde, Luis Salaya, que recibí el 16 de marzo comentándome que se había creado una red de voluntarios con diferentes perfiles, que habían decidido sumar frente a este problema del coronavirus. Me dijo que sería bueno contar conmigo dada mi trayectoria en el traslado de toneladas de alimentos a los campos de refugiados. Días antes, ya me había apuntado en la fase de formación. Y así empezó todo: con una llamada en el salón de mi casa. Desde entonces no hemos parado; mis compañeros y yo fuimos los primeros en salir a la calle y seguimos en la calle.

--¿Cómo definiría su granito de arena en RedCor?

--Sumar, ayudar a quien más lo necesita y remar todos en la misma dirección. Esa es nuestra misión y el único objetivo.

--¿Cuantos voluntarios hay en RedCor?

--Hemos llegado a 1.000, pero dirijo un grupo de 25, de una calidad humana excepcional. Llevan conmigo desde el inicio, yo fui la primera que salió a la calle, porque acudimos los primeros a montar las provisiones; teníamos contacto con las diferentes entidades de la capital cacereña. El encierro provocó que la gente no pudiera salir, de manera que les teníamos que garantizar unas medidas de seguridad, así que me convertí en la coordinadora de Urgencias.

--¿Qué nuevas realidades han aparecido en la ciudad durante esta crisis sanitaria?

--Los casos son horribles. Estoy muy en contacto con las personas y casi a diario con el Instituto Municipal de Asuntos Sociales, en este caso con Miriam, que es la encargada del Banco de Alimentos y que se está dejando la piel. Hay muchos casos dantescos. Pensé que lo había visto todo, pero estaba equivocada; gente con muchísimas necesidades, ciudadanos que han perdido ese pequeño colchoncito económico que tenían, provocado porque sus empresas han cerrado, porque han tenido que dejar sus locales, no han podido seguir con sus oficios. Nos encontramos en Cáceres con realidades bastante duras.

--¿Cuáles han sido las más sangrantes?

--Violencia de género en confinamiento, silenciada. O padres de familia llorando porque tenían muy poco y necesitaban esa comida para dársela a sus hijos.

--¿Cuáles deberían ser ahora las prioridades en política social?

--Cáceres se ha puesto las pilas. Se está trabajando desde el ayuntamiento a mucha velocidad, con un tacto, un cuidado y una empatía tremenda. El Imas no da a basto, se ha volcado agilizando temas burocráticos, ayudas que ya han llegado a muchísimas personas. El Banco de Alimentos, oenegés, mi Asociación Sonrisas en Acción, Cruz Roja... Luchamos para que todas estas personas tengan lo que necesitan y vivan dignamente.

--¿Cómo profesora cree que los docentes están preparados para adaptarse a esta nueva forma de enseñanza?

--No. Ahí he visto una gran diferencia. La educación tiene que ser universal y existe mucha brecha social. Escolares que no tienen ordenador y el trabajo de las madres ha sido espectacular. Además, la escuela tiene un matiz: la socialización y la pedagogía de los sentimientos, jugar, hacer grupos, el aprendizaje cooperativo... eso se ha perdido.

--¿Entonces el coronavirus ha destapado las desigualdades, también en materia educativa?

--Así es.

--¿Con esto de querer hacer vida normal se nos está olvidando que hay gente que está pasando necesidades?

--Creo que la gente está ayudando mucho. Las personas se han vuelto muy solidarias. Sí pienso que se nos ha olvidado de dónde venimos, que ya no hay casi aplausos, una minoría no cumple las reglas. Pero sí ha crecido el amparo hacia los más frágiles, la iniciativa ‘Mimenú’ con restaurantes cocinando para familias sin recursos, cátering Pajuelo... Cáceres ha arrimado mucho el hombro.

--¿Ve similitudes entre esos campos de refugiados en los que ha estado con la situación actual?

--Cada uno de los campos tiene sus connotaciones y es diferente, pero la similitud es la cara de las personas, su pena, su vulnerabilidad, su angustia por verse sin recursos.

--¿Teme que fuerzas antidemocráticas salgan reforzadas de esta crisis?

--La clave es contribuir a lograr un objetivo común. No me gustaría que hubiera beneficios de nadie, que hayamos sumado y sobre todo aprendido algo, que con conciencia social podemos conseguir bastantes cosas.

--Y para terminar, ¿ha sentido miedo?

--No, porque anteriormente estuve en lugares muy peligrosos que entrañaban mucha dificultad. Eso sí, en este caso llevo desconfinada desde el 16 de marzo. No he hecho ningún pastel y no he planchado lo que tenía sin planchar.