Hace nueve años que su día a día como médico rural en dos pueblos de Extremadura se le empezó a hacer cuesta arriba y hace ya cuatro que tocó fondo, en forma de depresión o burnout (el síndrome del trabajador quemado). Lo que pasó a partir de ese momento ha dado pie al libro Cuando ya no puedes más. Viaje interior de un médico, en el que Enrique Gavilán (Málaga, 1972) hace un ejercicio de catarsis personal y retrata a través de su historia problemas de la sanidad pública «en cualquier centro de salud de España». Afincado en Extremadura desde hace 14 años (dice que ya es un poco de Extrelucía) ha vuelto a enamorase de la medicina rural en Mirabel. Y es feliz.

--Dice en su biografía que es médico por accidente y de vocación tardía. No parece lo habitual...

--Es que no tuve claro que quería estudiar Medicina hasta que hice la selectividad y me vi en la tesitura de tener que tomar una decisión. Luego quería ser médico, pero no tenía clara qué especialidad elegir. Fui poco a poco, hasta que descubrí que quería dedicarme a ser médico de familia.

--El libro habla de su particular descenso a los infiernos con el ‘burnout’ ¿cuándo detectó que algo no iba bien?

--Llegaba a casa exhausto, iba a trabajar con angustia, dormía mal... Empecé a plantearme que todo eso no era estrés pasajero, sino que era algo más serio. Y pedí ayuda, porque me veía desbordado. Hablé con mi médico de familia y me puse en sus manos para que me guiara.

--¿Pero fue una reacción inmediata o pasó un tiempo entre que vio los primeros síntomas y dijo ese «Ya no puedo más» que da título a su obra?

--No, no fue de un día para otro. Hubo muchos meses así y primero traté de solucionarlo yo solo. Intenté algunos cambios en mi vida como hacer más ejercicio, buscar más momentos de relajación, e incluso empecé a practicar yoga. Pero vi que todo eso fallaba, que solo no iba a lograrlo.

--¿Cómo era entonces una jornada normal?

--Incluía ver a 30 o 40 pacientes repartidos en dos pueblos. Al primero llegaba a las ocho de la mañana y a las diez y media cogía el coche y me iba al otro pueblo. Cuando llegaba tenía la sala de espera llena de gente. Y así hasta las dos o las tres. Cada día. Y salpicado de urgencias, de atender a pacientes de no eran míos, porque faltaba su médico y no se había cubierto su ausencia. Ese era mi día a día; pero estoy convencido de que mis condiciones de trabajo no eran peores que las de muchos compañeros. Este es el día a día de muchos centros de salud de toda España.

--Dicen que cuando alguien es capaz de pedir ayuda para afrontar un problema ya ha empezado a solucionarlo. ¿Lo sintió así o en ese momento lo veía como una derrota?

--Un poco ambas cosas. En el momento en el que te das cuenta de que necesitas ayuda de otra persona es porque ya has quemado muchos cartuchos tú solo. Entonces te liberas porque compartes la carga, pero es inevitable la sensación de derrota, porque lo has intentado y no has podido.

--Y a partir de ahí, el médico se convirtió en paciente.

--Estuve cuatro o cinco años metido en ese infierno y dos de ellos en psicoterapia. Pero seguí trabajando hasta el momento final, en el que exploté y lo dejé todo.

--¿Y cree que seguir retroalimentando el problema fue lo acertado?

--Quizás lo podría haber dejado antes, pero entonces no se me ofreció la oportunidad.

--¿Qué fue lo que más le sorprendió de ese viaje interior que dice que plasma en el libro?

--Descubrí algunas cosas de mí que no me gustaron, pero también muchas partes positivas. No podía afrontar esa situación si no encontraba las virtudes.

--Y ha seguido como médico rural después de aquello ¿No hubiera sido más fácil probar la medicina en un entorno diferente?

--Hubo un momento en el que se me pasaron mil cosas por la cabeza, entre ellas dejar la medicina y dedicarme a otra cosa. Fue en ese bajón, cuando dejé de trabajar porque la relación con los pacientes también se había deteriorado y ellos no lo merecían. Corté como se corta con una relación.

--Pero al final volvió.

--Porque si dejaba la medicina tiraba por la borda la mitad de mi vida y no quería.

--En un momento del libro dice: «Sí, los médicos también lloran»

--Yo no he llorado mucho, pero sí he tenido muchos momentos de mucho desánimo, momentos en los que mientras un paciente me contaba sus problemas yo pensaba en los míos.

--¿Y en qué momento de todo eso se cruza el libro en su vida?

--En ese momento en el que dejé el trabajo, me paré y pude ordenar todas mis ideas. Siempre me ha gustado la literatura y escribir, pero este libro lo escribí por necesidad de dar salida a todos los problemas. Lo hice del tirón, con la idea de poner orden a mi vida. Y fue luego cuando me di cuenta de que ese relato podía ser el relato de muchos compañeros, que podían verse reflejados.

--¿Los problemas que aborda en su libro son problemas sin resolver de la sanidad pública?

--Hace mucho tiempo que los médicos de familia pedimos que se aborden esos problemas, pero es la administración quien debe decidir si los aborda y cómo. Yo, como médico, solo puedo abordar los problemas de mis pacientes.

--¿Ha habido compañeros que le hayan comentado que se veían reflejados en su historia?

--A raíz del libro, muchos compañeros médicos que me han dicho que se sentían identificados y me han contado historias más dramáticas que las mías. Pero no pretendo que sea un libro de autoayuda. No doy recetas a nadie. Esta es mi historia y esto es lo que a mí me a funcionado y en lo que yo he fracasado.

--¿Y cómo es su vida como médico rural tras esa catarsis?

--Han cambiado muchas cosas. Estoy solo en un pueblo, le puedo dedicar tiempo a cada paciente, si voy a un domicilio lo hago con tranquilidad. Puedo hacer mi trabajo y mi trabajo me gusta, así que soy feliz.

--¿Después de la experiencia, repetirá en esa faceta como escritor?

--Dice mi madre que escribo muy bien, pero que no vuelva a hacer un libro como este. Sigo escribiendo, porque me gusta. Ahora estoy recogiendo historias que me cuentan mis pacientes, porque aprendo mucho de ellos. Cuando llego a casa tras las consultas, me siento a escribir. Así que, no sé, igual un día...