Sahr John Idriss fue un niño de la calle en Freetown. Vivía en Kono, una de las principales ciudades ricas en minas de diamantes de Sierra Leona, hasta que los rebeldes la invadieron en 1994 durante la guerra civil que sacudió el país africano, uno de los conflictos más espeluznantes de la segunda mitad del siglo XX. Tras pasar por Guinea, se vio obligado a desplazarse a la capital del país sierraleonés en 1997. Dormía en los barcos abandonados y recogía basura para sobrevivir, como tantos otros. Hoy, con 29 años, atiene a este periódico sentado en una mesa al lado del autobús de la Esperanza, el de Tubasa, la Aexcid y Atabal, el que salva vidas. Es voluntario en este proyecto. Junior Staff lo llaman aquí. «Sí, a mí Don Bosco me dio otra oportunidad», recuerda agradecido.

Sahr no es el único. Entre trabajadores sociales y Junior Staff, el personal local pendiente de que el proyecto del autobús llegue a buen puerto sobrepasa la veintena. «Si miras la situación de los niños de la calle… Sí, este, junto a uno en tiempos del ébola, quizás sean los proyectos más importantes en los que he trabajado», afirma su coordinador, Francis S. Kamara, de 32 años. «Luchamos por poner una sonrisa en las bocas de estos niños, que no tienen nada». Coincide con él Kalie Bangura, encargado de la seguridad del vehículo. «Lo peor son las infecciones, las enfermedades… Tiene que sobrevivir en medio de todo eso. Nadie los cuida», describe.

También hay mujeres sierraleonesas a bordo de este proyecto. Mujeres valientes, que no sólo luchan contra la pobreza infantil de forma activa sino también contra el machismo silencioso y social que impera en este país africano. «Los niños son niños y deben jugar», afirma rotunda Fatimata, de 35 años, mientras varios de los chavales reparten cartas o mueven sus fichas del parchís a su alrededor. «Algunos de ellos están condenados a vivir toda la vida en la calle», lamenta. «Mi sueño es trabajar para que estos niños tengan un futuro mejor», confirma Posseh Din-Kurglot, de 29 años, que reconoce no haber formado parte nunca de un proyecto como este.

De igual modo hay rostros españoles y extremeños que se han desvivido para que el autobús de la esperanza lleve medicinas, comida y juegos a las zonas donde ni siquiera hay una casa y recoja a los pequeños que peor lo pasan viviendo en la calle. Marta Vara, madrileña, lleva año y medio de trabajo en Sierra Leona. Fue una de las encargadas de redactar el proyecto junto a Peligros Folgado y Pedro Carrasco Valiente, miembros de Atabal, la fundación extremeña que, con una envidiable labor en equipo, ha posibilitado todo esto. También Julián Pocostales, gerente de Tubasa, la empresa concesionaria del transporte público pacense, otro de los principales precursores de la iniciativa junto a la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aexcid). «Es el único programa de en este país que trabaja con niños de la calle directamente en la calle. Atabal lo ha hecho en Sierra Leona desde hace unos 10 años», afirma Marta.

Y, al frente de todos ellos, el Padre Jorge, director de Don Bosco Fambul, la familia de los niños perdidos de este recóndito país, lleva la batuta. «Llevo un poco más de un año en Sierra Leona, 21 en África y antes he estado en Nigeria, Ghana y Liberia», afirma el que también ha sido durante seis años el director de los salesianos en África Occidental. El del autobús es uno de los ocho proyectos que lleva actualmente desde la capital sierraleonesa. Uno de los más esperados y necesarios. Y, dentro de tan solo unas semanas, pondrá en marcha otro con niñas menores de edad en situación de prostitución. «Luchamos por transformar el dolor en sonrisas», dijo a este periódico uno de los primeros días, instantes después de apearse del vehículo. Y lo consigue. Lo consiguen entre todos. Entre Peligros, Pedro, el equipo de Atabal, Julián, Marta, Fatimata, Francis o Sahr. Son los verdaderos héroes de nuestros días.