Como tantos otros, Javier Cercas abandonó la región con cuatro años, cuando sus padres buscaron en Cataluña un futuro más prometedor allá por los años sesenta.

Ayer mismo, el padre del escritor le acompañaba en la sesión de entrevistas que ofreció en Cáceres, en silencio y sin perderse detalle de las respuestas de su hijo. Un joven emigrante que con el tiempo se convirtió en uno de los novelistas más reconocidos del país tocando el éxito comercial en el 2001 con la publicación de Soldados de Salamina .

Pero aunque su trayectoria personal y profesional se haya desarrollado en Gerona, con frecuencia vuelve al pueblo en el que tiene sus raíces, Ibahernando, donde ahora pasa unos días. Este apego por la región se verá recompensado el 7 de septiembre cuando recoja en el Teatro Romano de Mérida la Medalla de Extremadura.

--¿Lo esperaba?

--No, para nada. Esto supone que aquí la gente me aprecia y se agradece muchísimo. Ya lo notaba, pero esto todavía me hace más feliz.

--¿Qué opinión le merece el resto de Medallas de Extremadura de este año?

--Es que no conozco a muchos. Conozco a Landero, que es un gran escritor y lo merece mucho más que yo. Al resto tendré ahora la oportunidad de conocerlos en Mérida.

--En ocasiones ha dicho que Extremadura ha sido determinante en su vida ¿en qué sentido?

--Hay muchas formas de ser emigrante, pero se pueden limitar a dos. Una es aquella gente que se va y no vuelve. Otra es esa gente que se va, pero que a la vez se ha quedado. Nosotros somos de Ibahernando, un pueblo al lado de Trujillo muy pequeño en el que estaba toda la familia, abuelos, tíos, tíos segundos, tíos terceros... y eso no se corta de un día para otro. Yo he vivido en Gerona, pero aquí he tenido casa, aquí me han pasado muchas cosas. ¿Cómo no voy a estar determinado por eso? Es inevitable, no es una frase retórica.

--La emigración también tiene una faceta muy dura ¿pasó por ella o esa parte le tocó más a la generación de sus padres?

--Creo que España no ha acabado de asimilar lo que supuso la emigración. No hay una novela o una película que lo cuente como habría que contarlo. El hecho de que una cantidad de gente tremenda se traslade a otro sitio que en aquel momento era remotísimo... Esto provoca desarraigo. Evidentemente, quienes sufren esa situación de manera más aguda son las personas de 30 o 40 años que se van. Como mi madre, que en su vida había salido de un pueblo que es su mundo, y que además vive en otra época, porque en Extremadura vivían en otra época. Aún así, en mi caso fue menos dramático porque mi padre era veterinario y tenía su trabajo. Pero había gente que llegaba con la maleta de madera, sin un duro en el bolsillo y con los niños. Yo he tenido la sensación de que no era de allí.

--Con lo cual tenía que unirse a otros emigrantes...

--Hablo catalán y soy catalán, inapelablemente. Pero una vez me preguntó Iñaki Gabilondo --hasta entonces no había reparado-- ¿por qué todos tus amigos son hijos de emigrantes? Pues no lo sé. Eso es un hecho al que no sé que explicación darle, pero existe esa explicación. Es que la mitad de Cataluña es emigrante. Es que Cataluña se ha hecho con los extremeños y los andaluces.

--Decía que hasta ahora no se ha contado bien esta historia ¿no le apetece ponerse a ello??

--No creo que uno se tenga que hacer encargos, cuando eso salga, saldrá, si tiene que salir. Lo que no voy a hacer es una historia mala. Antes de Soldados de Salamina intenté hacer una novela sobre la guerra civil que partía de Extremadura. No me salió. Llevaba 150 folios y decía, ¡pero si esto es otra novela sobre la guerra civil! Mejor tirarla.

--¿Cómo se lleva pasar de ser un novelista más o menos anónimo a alcanzar el éxito?

--Está bien. Mi banquero está muy contento, mi mujer también, tienes lectores.

--Sobre todo sabe que habrá un amplio número de lectores

--Una novela como La velocidad de la luz , muy literaria y compleja, pues en cuatro meses van más de 100.000 lectores. ¿Por qué me voy a quejar?.

--Usted ha viajado a la velocidad de la luz, ¿a qué velocidad cree que va Extremadura?

--No lo sé. Yo no vivo aquí pero cuando veníamos en los años sesenta, salías de Cataluña y empezaba el tercer mundo. El váter de un restaurante es lo más significativo que hay, y ya son en todos los sitios igual.