Periodista, comunicador, escritor, poeta, enciclopedista, productor, director, guionista, conferenciante, divulgador ambiental, naturalista, ecologista, silvicultor, agricultor, ganadero ecológico y, desde hoy, miembro de la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura. Joaquín Araujo, afincado desde hace 35 años en el corazón del Valle del Guadarranque, en Las Villuercas, toma posesión como académico esta mañana. Es en Trujillo. Lo hace con orgullo por este nuevo reconocimiento del pueblo extremeño, y sin ocultar su indignación por los derroteros que surca la sociedad.

--De su gran abanico de facetas, ¿cuál es la que más le llena?--El diálogo, el diálogo con el paisaje y la contemplación de lo que me rodea. Me fascina. Intento entender la naturaleza y contar lo que me cuenta. Es lo que pretendo al vivir donde vivo y lo que nutre mi forma y fondo de comunicar.

--¿Qué le atrapó de Extremadura?--Su aún frecuente belleza en libertad. Me hizo sentir fascinado, acogido y felizmente sorprendido por sus paisajes. Aquí ni la naturaleza ni la cultura rural han sido desvalijadas del todo.

--¿Recuerda su primera visita a esta tierra?--Perfectamente. Fue con 11 años acompañando a mi padre, director de los Festivales de España. Pero el flechazo fue posterior, con 21 años, mientras hacía la mili. Vine invitado por un compañero del cuartel. El era de Castañar de Ibor. Vine y me quedé.

--¿Qué significado tiene Extremadura para Joaquín Araujo?--Llevo 35 años viviendo aquí y lo primero que me salta en el pensamiento es que pertenezco a este sitio. Quiero que me entierren en estos parajes. Desde el primer día, a lo largo de mi trayectoria profesional y en las 4.000 entrevistas que me han hecho, he dicho que soy extremeño. Yo apostaté de la condición de capitalino y me hice extremeño converso.

--Y actualmente, ¿hay algo en esta región que le quite el sueño?--Me quita el sueño que sigamos en la estupidez suprema de no darnos cuenta de que es inviable seguir por este camino, en este modelo económico y de relaciones sociales. Creo que se puede disfrutar de muchas cosas sin acumular bienes de consumo y sin especulación. Y la mejor tabla de náufrago que conozco es Extremadura. Creo que Extremadura es el territorio mejor situado, por conservar una ingente cantidad de ahorros naturales, de biodiversidad y de paisajes no degradados irreversiblemente, para hacer un ensayo de otra forma de estar en el mundo: producir y crear riqueza sin destrucción ecológica y ambiental, vivir más cerca de los otros, con más sencillez, incluso con esa necesaria austeridad.Me preocupa mucho Marina Isla de Valdecañas, que me parece un escarnio a la coherencia, un intento de hacer legal lo ilegal y de torear a la democracia... ¡Ya está bien de que todo valga y nada valga el todo! Extremadura es belleza en libertad, porque ha destruido poco de lo esencial, pese a aberraciones como la central nuclear y su superlativa y excesiva red de comunicaciones. Los caminos llevan a los hombres, pero también se llevan la vida. Debe haber caminos, pero bien planificados, no simplemente elogios a la velocidad... Los modelos seguidos aquí son milimétricamente imitadores de los llevados a cabo en otros lugares pero sin entender la verdadera ideosincrasia de Extremadura.

--¿Cuál es la gran amenaza?--Hay un espectacular retroceso de todo lo importante. Lo menos transcendente de todo lo que se encuentra en retroceso debería ser la economía. Es infinitamente más grave cómo se está desnutriendo la oferta cultural, el medio ambiente y el debate sobre cómo vamos a vivir. Ese debería ser el gran planteamiento: ¿vamos a seguir viviendo con la vida o contra la vida?La crisis económica es una secuela de la crisis ambiental y la crisis ambiental se origina porque queremos vivir por encima de los límites de la vida. El modelo de sociedad que tenemos es un desafuero contra la inteligencia, contra la cordura, y parece que nadie quiere iniciar otro modelo de relación con nuestro mundo. Saldremos de esta crisis, pero para caer inmediatamente en otra más rápido que en anteriores ocasiones.

--¿El mundo se ve diferente desde Las Villuercas?--Soy un privilegiado. Probablemente no haya más de 10 personas en este país que vivan tan intensamente y con todas sus consecuencias la vida rural. Aro la tierra y la cultivo. Dedico más tiempo a las labores agroganaderas que a ser escritor, periodista, comunicador... Vivo en contacto con lo espontáneo, con lo palpitante, con el bosque, con la fauna, con la flora, con las aguas, con el crecimiento, con lo vivaz...

--¿Qué principio vital reivindicaría ante la sociedad actual?--La transparencia. Me gustaría que se entendiera la gigantesca mentira que nos hacemos a nosotros mismos considerando que merece la pena sacrificarlo todo por un mayor grado de comodidad. Hay que ser menos mentiroso. Hemos convertido muchas facetas de la vida pública en un gran ejercicio de hipocresía. Me gustaría que la gente disfrutara de ser sinceros. Cuando das un mínimo valor a las cosas esenciales se demuestra que lo que hemos creado con este sistema no es riqueza, sino mucha pobreza. ¡Seamos sinceros de una puñetera vez!

--¿Qué queda de la honestidad?--Me siento orgulloso de la cantidad de veces que me han llamado idiota, tonto, estúpido o ingenuo por pretender ser honesto. Pero tengo a gala no haber pedido nunca una subvención pública, ni haber cobrado por mis obras hasta tenerlas terminadas y revisadas por la persona que las iba a pagar. La honestidad es un valor desmantelado. Ha habido una verdadera campaña de manipulación para convencer a la sociedad de que era buenísimo ser deshonesto. Se ha orientado gran parte de la transmisión cultural y de pensamiento a convencer al ciudadano de que lo inteligente es pillar, coger el dinero y salir corriendo.

--¿Y usted cómo se toma los reconocimientos, como su ingreso en la Academia de Extremadura?--Hasta cierto punto siento que me amparan. Llevo 42 o 43 premios. Son estimulantes y me responsabilizan mucho. Cuando me entregaron el Global 500 de Naciones Unidas sentí que con me obligaban a no dimitir nunca de mi tarea y de mi compromiso, a esforzarme por hacerlo aún mejor. Yo no disimulo mis ribetes de vanidad y presumo de los premios, pero es cierto que vivimos en una sociedad que quizás ha dado demasiada importancia a los galardones y que ha concedido demasiados premios.