Cuando ingresaron los primeros casos de coronavirus en el hospital San Pedro de Alcántara, Melvin Vásquez (33 años, República Dominicana) acababa de iniciar el último tramo de su formación como médico residente de tercer año en la especialidad de Alergología en el complejo cacereño. Estaba en el laboratorio de inmunología cuando se inició la epidemia. Veía cómo el ritmo empezaba a acelerarse en el servicio de Urgencias y en el resto de áreas implicadas en la atención de estos casos. Médicos, enfermeras, auxiliares iniciaban la carrera contra el reloj para atender a enfermos, incluidos los especialistas de Medicina Interna donde todos los residentes hacen las guardias que les corresponden.

Comenzaron las primeras bajas de efectivos entre los sanitarios que habían estado expuestos con pacientes infectados que no lo sabían. Y en medio de ese incipiente caos, «me sentía que no podía aportar nada desde el laboratorio y les pedí a mis jefes que me dejaran atender a los casos de coronavirus, lo que fuera», cuenta. No tuvo que esperar respuesta porque casi de forma inmediata llegó el escrito del director de docencia en el que pedía a todos los residentes que no fueran necesarios en sus equipos que se unieran a los que se lo solicitaran y en especial a los que estaban abordando casos de coronavirus. Fue su salvoconducto y le asignaron atender el busca de Medicina Interna. Su función desde entonces: tramitar los ingresos de covid-19.

«Tener el busca suponía gestionar todas las interconsultas de Atención Primaria o de otros servicios con casos sospechosos de coronavirus, además de los que entraban a través de Urgencias. Revisaba los tratamientos, los ajustaba o los iniciaba en el caso de que tuviera sospechas de que estaban infectados. Si no, los derivaba al Hospital Universitario», explica. Y se sumó a la carrera contra el reloj.

«Había días en los que pensábamos que no iba a ser posible», recuerda. La carrera era literal durante las horas de trabajo: «Ha habido días en los que hemos tramitado 40 ingresos en una guardia, hasta diez al mismo tiempo. Sin parar... O llegaba a las nueve de la mañana y a las cuatro de la tarde levantaba la cabeza y me daba cuenta de que no había parado, no había desayunado y ni siquiera había bebido agua. Tenía los labios agrietados», recuerda.

En muchos de esos días, ese estrés pasaba luego factura al volver a casa: «llegaba y me echaba a llorar, de impotencia, porque en los peores momentos llegué a pensar que no íbamos a poder», reconoce. Y también porque en esa primera línea todos veían la cara más dura de la enfermedad: «Algunas mañanas había pacientes que habían mejorado durante la guardia y de repente empeoraban y se nos iban. Y me veía llamando a sus hijos, que pueden tener mi edad, para decirle que su padre, que puede ser como el mío, había fallecido. Todos nos hemos hecho mayores con esto. También los residentes, porque nadie estaba preparado para esta situación. Ha sido una experiencia muy fuerte». Por eso cada buena noticia era motivo de alegría compartida: «El primer alta de la UCI fue una de las primeras personas que yo había ingresado», celebra.

Aprender sobre la marcha

Aprender sobre la marchaHace unos días Melvin Vásquez expresaba esa sensación de angustia de las últimas semanas en las redes sociales junto a un mensaje de ánimo y agradecimiento a todos los profesionales del complejo hospitalario cacereño: «Al terminar la jornada te ibas a casa con la sensación de que el virus te estaba ganando la batalla... Fueron dos semanas horribles en las que cada día parecían semanas y las semanas, meses... Hoy podemos disfrutar de tener más altas que ingresos. Urgencias no está colapsada. Gracias... Unidos somos invencibles», decía en un mensaje en su perfil de Facebook.

En esos días en los que parecía que el covid-19 ganaba, las jornadas se extendían mucho más allá del hospital. «Creo que nunca había estudiado tanto como en le último mes. Dedicaba el tiempo en casa a devorar estudios, videoconferencias, artículos... hemos tenido que aprender todo sobre esta enfermedad sobre la marcha». En muchos momentos recurría también a su hermano, médico en la UCI de un hospital de Valladolid, con el que compartía impresiones sobre técnicas para abordar la enfermedad. «Ha sido un boom de información»

Esta semana la situación se ha calmado bastante. «Ahora vas a los pasillos de los pacientes con coronavirus y ya no hay esa sensación de caos, es una planta más. El trabajo fluye y por fin se ve la luz» asevera. Y con esa luz vuelve a poner los ojos en el futuro que ha estado preparando desde hace años. Estudió Medicina en República Dominicana, homologó su título en España y comenzó la residencia de Medicina Familiar y Comunitaria en el Hospital 12 de Octubre de Madrid, pero no le convencía y lo aparcó. Trabajó en varios geriátricos y finalmente se decantó por la Alergología. Hace tres años que recaló en Cáceres como médico residente para iniciar la formación.

En lo que queda de mes seguirá en todo caso en el servicio de Medicina Interna y después, si la situación ya se normaliza, continuará con su rutina como residente de tercer año. Le queda un cuarto año y después su idea es volver a República Dominicana para crear una unidad de asma infantil en un centro público. «Allí el 80% de la medicina es privada y apenas hay recursos de este tipo. Y es un problema grave», asegura.