Cuando uno contrata un paquete de vacaciones con todo pagado , lo que menos espera es que ese todo acabe incluyendo como atracción un huracán de grado cinco, el de máxima fuerza que existe. Es lo que le ha ocurrido a Jesús y Yolanda, una pareja cacereña de recién casados que ayer mismo volvió de la Riviera Maya después de compartir con el huracán Wilma su viaje de luna de miel.

Han regresado con una doble sensación. Por un lado, de enojo, tanto con su turoperador, como con la Embajada Española en México. Con los primeros por no haberles avisado de lo que se avecinaba: "El martes --de la semana pasada, día de su partida--, ellos ya lo sabían, y aun así fletaron el vuelo", asegura Yolanda. En cuanto a la embajada, lamentan que no se haya puesto en contacto ni con ellos ni con sus familias en todo el tiempo que estuvieron incomunicados.

Por otro, expresan su agradecimiento a los trabajadores del hotel. "Los mexicanos se han portado fenomenal con nosotros", dice Jesús, que recuerda como éstos llegaron a salir fuera del refugio en pleno apogeo del vendaval para buscar comida.

La pareja llegó al hotel la medianoche del martes. "Entonces la gente ya hablaba de que el huracán iba a pasar por allí", señalan ambos. El miércoles vivieron las únicas horas de normalidad de su viaje: contrataron --y pagaron-- las excursiones que se suponía iban a realizar y disfrutaron de la playa y la piscina del hotel. A partir de ahí, todo dejo de ser como esperaban. Esa noche ya tuvieron que pasarla en una habitación diferente, más alejada de la costa, y el jueves se les comunicó que debían trasladarse a otro hotel mejor preparado para soportar el envite del viento. Una vez en él, se les ubicó, junto a otras ochocientas personas, en un refugio especialmente pensado para sobrellevar este tipo de fenómenos.

En principio, era sólo por 24 horas, pero acabaron estando en él sesenta. Dos días y medio en los que cambiaron las habitaciones de lujo por apenas unas sábanas en las que dormir y los apetitosos bufets por sandwiches y hamburguesas. Allí permanecieron sin agua corriente --cuatro días estuvieron sin poder ducharse-- y sin la posibilidad de contactar con sus familiares. Sin embargo, se consideran afortunados en comparación con los alojados en otros refugios, en los que las condiciones eran bastante peores.

Los empleados del hotel eran los encargados de tranquilizarlos, algo que no conseguían en todos los casos. "Hubo gente que lo pasó bastante mal", afirma Yolanda. Durante los momentos de mayor fuerza del huracán, se les intentaba aislar de lo que ocurría fuera con música y películas a todo trapo .

Por fin, el domingo a mediodía salieron del refugio, aunque, como colofón, todavía tuvieron que pasar esa noche en una habitación con ventanas rotas, colchón empapado y una cuarta de agua en el suelo.

El recorrido hasta el aeropuerto de Mérida --la de México--, lo hicieron de noche. A pesar de ello, pudieron comprobar los devastadores efectos del huracán. Además, el trayecto lo completaron con el peligro añadido de los saqueadores, que acechaban en las cunetas a la espera de que los vehículos sufriesen algún contratiempo.

Tras todo esto, el final de la historia no es difícil de imaginar: hoy mismo, la pareja presentará una denuncia para que se les reembolse el dinero de su fallida luna de miel.