Ramón Barea no recuerda entre sus maestros de la infancia alguno que dejara huella en él. La huella, eso sí lo recuerda, la dejaron los golpes con la goma naranja de las conducciones de gas o las reglas de diferentes formatos que empleaban para castigar a los alumnos. Eran duros aquellos frailes. "Echo de menos, cuando escucho a amigos o compañeros hablar de su paso por el colegio, a ese profesor carismático que me hubiera gustado tener", afirma el actor.

En escena, ahora él profesor de un colegio, no tiene ni de lejos la misma apostura rígida y hostil de aquellos docentes de su infancia. Ante el espectador de El chico de la última fila aparece al comienzo de esta obra de Juan Mayorga como un maestro brillante, ejemplar como desearía Barea. Pero tampoco lo es. En la obra, desde luego, no se habla del pasado (ese pasado bajo la educación franquista al que alude el intérprete) sino del presente, en el que las dificultades educativas son otras, también conflictivas.

RENOVACION DEL TEATRO El chico de la última fila es el resultado de la colaboración de una directora, Helena Pimenta; de uno de los principales dramaturgos españoles actuales, y de un grupo, Ur, vital en la renovación del teatro español de los años 90.

En este montaje, que se representa el fin de semana en Mérida y Cáceres, después de verse ayer en Badajoz, Ramón Barea interpreta a un profesor desengañado, "fruto de las ilusiones despertadas en el Mayo del 68; que pensó que era fundamental la labor del maestro y se encuentra en un momento de frustración".

Durante una clase, encarga a sus alumnos que escriban una redacción sobre cómo han pasado el fin de semana. En medio de trabajos despachados en poca frases y sin aliciente narrativo, le sorprende el escrito de uno de los alumnos, ese chico de la última fila, que se comporta en el aula como un observador. Y como tal escribe otros textos que le reclama su maestro, y que provienen de la mirada que el chico lanza sobre una familia.

Entre profesor y alumno se establecerá una relación, en la que aquel, a priori ejemplar, va desvelándose como alguien ajeno a la realidad que vive su alumno. "Confunde la literatura con la realidad porque la vida real le saca de quicio", afirma Barea, a quien acompañan Carlos Jiménez, José Tomé, Luisa Pazos, Natalié Pinot e Ignacio Jiménez.

Según explicó Juan Mayorga en la presentación del montaje el pasado mes de octubre, en su obra se habla sobre el "placer de asomarse a las vidas ajenas y los riesgos de confundir vida y literatura". Así, se alternan esos dos espacios de la familia, "el lugar donde el individuo se desarrolla", afirma la director de la obra Helena Pimenta, y la escuela.

El trabajo al frente de Ur ha llevado a Pimenta a convertirse en una de las directoras más solicitadas de la escena española y lusa.

Especialista en Shakespeare, autor del que ha firmado con Ur sus mejores espectáculos, también ha puesto su talento en otros como Luces de bohemia , donde Ramón Barea colaboraba por primera vez con el grupo radicado en el País Vasco.