Desde mi niñez y juventud he vivido pegado a un paisaje urbano repleto de aromas y bullicio tachonada de mujeres, cuanto menos luchadoras y apegadas a los adobos, por aquello que vivían prácticamente todo el día en los alrededores de la plaza de abastos, o Plaza del Pescado como la llamábamos, repartidas en lugares estratégicos para vender sus productos culinarios. Frente a la plaza la casa de mis abuelos y mis primeros sonidos la algarabía de idas y venidas de mujeres con cestas y hombres portando paquetes.

Aún tengo presentes a María "La Zafranera", La Niña Caracoles, Josefa "La Yerbas" y la Tía Grilla . Cada una era parte del paisaje y se confundía con los voceros de sardinas, de pescada, almejas y cangrejos, entre otros géneros marinos.

Estimado lector, me van a permitir que hoy le cuente algunas cosillas de La Zafranera, otros domingos veremos a sus otras compañeras de tristezas y sonrisas. María vivía junto a la casa de mis abuelos y todas las mañanas la encontraba sentada en su portal y rodeada de saquitos de pimienta blanca y negra, cominos, pimentón, de nuez moscada, de clavos, de cayena, de alcaravea, canela en polvo y pequeños atados rollitos de canela en rama, hinojo y jengibre, pimientos rojos secos y colorante amarillo "Los polluelos o El Avión", que según decían eran muy buenos y, por ello, le daban el nombre de Zafranera, pues el azafrán poco lo veía, porque no era lugar de ricos, sino más bien de gente trabajadora.

XERA MUJERx "roja", decían las habladurías, porque a sus hijas les puso nombres de flores y no del santoral: Rosa, Margarita y Hortensia , tres jóvenes que, de cuando en cuando, ayudaban a su madre. Muchas fueron las piruletas que le dieron al niño regordete con sonrisa perpetua por la ventana del patio. Fueron años de fragancias cocineras, que me vienen a la memoria cuando veo la estantería aséptica e incólume con sus frasquitos de mil especias, que muchas de ellas no conocería La Zafranera, si viviera.

Cuando uno se acerca a esas estanterías de las grandes superficies, donde están colocados ordenadamente pequeños frascos de condimentos para pizza, para asados, para espaguetis, para pollo, para arroz, cardamomo, cúrcuma, curry, sazonador, canela de Ceylan, azafrán de verdad y mil más de todas las partes del mundo. Para ella sería como encontrar un tesoro de esencias y sabores. El comportamiento que uno tiene ante dichas estanterías es diametralmente opuesto al que yo observaba en los clientes de la Zafranera, que se paraban olían y casi gustaban con los ojos. Era un diálogo oloroso y placentero, mientras que cuando uno se acerca a las estantería coge cualquier condimento automáticamente y sin dialogo oloroso alguno. Es mecánico y artificial. Por todo ello, cada vez que destapo un condimento en mi cocina busco aquellos recuerdos olorosos de mi juventud.