María recibió la última paliza de su pareja hace solo dos semanas y desde entonces está de acogida en la Casa de la Mujer de Badajoz. Ese día cumplía 27 años, pero eso no importó a su agresor para volver a humillarla, insultarla, romperle la ropa y pegarla hasta su saciedad. En definitiva, era lo que venía haciendo en los últimos siete años, el tiempo que María aguantó un infierno de vejaciones y guantazos del que acaba de salir. "No era consciente de que el problema lo tenía él y no yo; incluso he llegado a pedirle perdón después de una agresión".

Aquella noche, discutieron como todas, él se fue y ella hizo lo mismo a casa de una amiga que la animó para salir a celebrar su cumpleaños. A la vuelta, él la estaba esperando sentado en la cama. "Jamás olvidaré la expresión de su cara. Me insultó, me arrancó la ropa y empezó a pegarme", y lo hizo por última vez. A raíz de ahí ella se refugió en casa de una amiga y llamó a su madre, que no dudó en denunciar, pese a que María no quería hacerlo. Pero al rato cambió de idea al comprobar la tranquilidad con la que se vivía sin él y pensar en su hijo, de solo cuatro años.

"Yo puedo decidir vivir un infierno, pero no puedo obligar a mi hijo a vivir eso", señala. Aunque a él nunca le tocó , el pequeño había presenciado episodios de malos tratos y ya imitaba comportamientos de su padre. "Cada día estaba más agresivo, decía las mismas frases e interpretaba la actitud del padre. Su cambio de conducta me hizo dar el paso. Además, en ese ambiente solo piensas en intentar hacerlo todo bien para que tu pareja no se enfade y te conviertes en madre por rutina".

La respuesta de la madre de María, que también fue maltratada hasta que ella tuvo seis años, fue decisiva porque ya había denunciado a su pareja cuando estaba embarazada pero la retiró por la presión de la familia de él. "Al final imitamos lo que hemos visto en casa. Yo vi palizas en mi casa y he aguantado que mi hijo las vea, pero no puedo consentirlo más".

Desde aquel día de su cumpleaños, el agresor está en la cárcel condenado a cuatro años tras celebrarse un juicio rápido, y ella comienza a disfrutar del paraíso, un paraíso que para María significa poder ponerse la ropa que quiera sin pensar en si gustará o no o simplemente ir al gimnasio. "Yo tuve la suerte de no aguantar toda la vida, pero hay mujeres que están anuladas de por vida".

Lleva solo dos semanas alejada del hombre que la maltrató durante siete años, y "ya soy otra mujer, estoy recuperando la parte de mí que había perdido. Debería haber dado el paso antes porque ahora sé la gran ayuda que te prestan en la Casa de la Mujer; si no existiera seguiría siendo una mujer maltratada".

Ahora María siente rabia hacia la persona que la maltrató, pero a la vez satisfacción porque "estoy viendo que la vida no es como creía y tengo más ganas que nunca de retomar los sueños que él me robó". Reconoce que siente miedo al momento en que su agresor salga de la cárcel, "pero sé que las leyes funcionan si vuelve a acercarse a mí". Dice que de todo esto saldrá más fuerte y anima a las mujeres a luchar y a no dejarse embaucar. "El maltrato empieza cuando te dicen qué debes ponerte, con quién tienes que relacionarte o intentan apartarte de tu trabajo, como fue mi caso". Ahora, María lo único que quiere es vivir con su hijo la vida tal y como es y no como se la impuso el miedo durante siete años.