Marisol comenzó a notar que a su marido le pasaba algo hace 17 años. Había estado cuidando a su suegra, enferma de Huntington, durante muchos años y había actitudes y síntomas que se repetían en su pareja. "Al principio no se notaba, pero con el paso del tiempo empezó a coger manía a las personas que más le queremos. Pasó de ser un hombre encantador a depresivo, triste, desconfiado, controlador... El médico decía que eso no quería decir nada, pero yo sabía que había algo raro". Un simple análisis de sangre, que fue enviado a la clínica La Paz de Madrid, confirmó en 2004 su teoría.

Su marido padecía también la enfermedad de Huntington o lo que antes se conocía como el baile de San Vito, un trastorno neuropsiquiátrico que provoca un desgaste de las células nerviosas del cerebro y genera problemas de equilibrio y coordinación. Desde entonces Marisol vive más tranquila porque tiene respuestas, pero con la mella de una enfermedad "muy cruel porque él no se vale por sí mismo". No tiene cura, pero sí existe un tratamiento que ayuda a controlar al paciente.

Además del esfuerzo físico y mental, sus cuidados también repercuten en el bolsillo. "Va a un centro de día que cuesta 700 euros y solo nos dan una ayuda de 275. ¿Qué pasará el día que no pueda levantarle de la cama?". Pensando en ese día Marisol, que preside la Asociación de Enfermos de Huntington de Extremadura con 50 casos, está luchando por conseguir que estos afectados dispongan de una residencia adaptada. Además, insiste en la importancia del diagnóstico precoz al tratarse de genética. "Se puede evitar en el momento de la concepción", explica, por ello pide más medios y atención. "Yo he pasado a un segundo plano completamente, sientes que la vida se ha terminado".