Trabajar más y reducir el tiempo de ocio. Tal y como hicieron nuestros padres y abuelos. Esa es la principal fórmula que plantea para superar la crisis Martín Aceña, profesor de Historia Económica en la Universidad de Alcalá de Henares, que ha impartido en Cáceres la conferencia Pasado y presente. De la gran depresión del siglo XX a la gran recesión del siglo XXI , organizada por el Departamento de Historia de la Uex.

--¿Qué similitudes hay entre ambas etapas?

--Se parecen en que el origen de la misma fue Estados Unidos; en que los bancos se vieron afectados, con la quiebra del sistema bancario americano y europeo, y ahora resulta que los bancos también están afectados, y a los que hay que salvar por todos los medios, aunque sean los culpables, porque si caen los bancos, entonces sí que entraríamos en una larga depresión que no sabríamos cuándo terminaría. También se parecen en que siempre han ido precedidas de un periodo de crecimiento, de expansión, de aumento del crédito, de poco ahorro, de especulación bursátil... Otra posible conexión es que están precedidos de cambios tecnológicos muy importantes, lo que siempre genera desequilibrios y las economías tardan en ajustarse.

--¿Hay muchas diferencias?

--En contraste con los años 20 y 30 del siglo pasado, ahora no hay ninguna división ideológica profunda, como entonces entre capitalismo y comunismo, que terminó en la gran guerra. El mundo es menos conflictivo desde el punto de vista político y social. Ahora nadie pone en tela de juicio la propiedad privada, la libre economía de mercado. Puede que no funcione bien, pero nadie está diciendo, ni siquiera los indignados , que debamos desmantelar el sistema capitalista de libre mercado, ni que hay socializar todos los medios de producción.

Otra diferencia es que ahora nuestro conocimiento de las economías es mayor. Entre los años 30 y ahora está Keynes de por medio, que nos enseñó a entender mejor el funcionamiento macroeconómico y nos dotó de mecanismos para comprender como se podía manejar una economía que entraba en depresión. Ahora conocemos todo en tiempo real de cuanto sucede en el mundo; otra cosa es que la sepamos utilizar bien o mal.

--¿Es que la sociedad no ha aprendido y ha vuelto a tropezar en la misma piedra?

--Aprendemos, pero olvidamos. La generación que pasó las crisis de los años 30 no es la misma que la sufre la de ahora. Cada generación tiene que aprender de su propia experiencia. Aquella crisis es el recuerdo; el pasado. Lo podemos mirar con ojos analíticos, pero no lo experimentamos. Por tanto, esta generación tiene que volver a aprender. Además, la memoria es frágil. Necesitamos estar aprendiendo continuamente. Y a esto hay que sumar lo que yo llamó el quinto poder, que es la opinión pública, que tiene ahora muchas maneras de manifestarse.

--Desde una perspectiva histórica, ¿cómo ve la situación actual?

--La veo bien y mal. Mal porque estamos sumidos en una gran recesión, con el peligro de que se vaya alargando. Destruir un edificio no cuesta nada; lo podemos hacer en una hora. Pero construirlo, incluso con la tecnología que tenemos ahora, cuesta años. Recuperar la confianza de los consumidores va a llevar bastante tiempo. Pero de las crisis siempre se ha salido y ahora también se logrará. Además hay que tener claro que las crisis también ofrecen oportunidades para hacer las cosas diferentes. Tenemos que asumir que el mundo ha cambiado radicalmente. Esto de la globalización parecía una broma, pero no lo es. Y la globalización ha afectado más negativamente a corto y medio plazo a los países ricos que a los pobres, cuando se pensaba que podía ser al revés. Ahora los ricos se han dado cuenta de que tienen que competir en una economía global con millones de personas en China, India, el sudeste asiático o en Latinoamérica, que están dispuestos a trabajar 24 horas al día, los 365 días del año sin vacaciones y sin salario mínimo. Están dispuestos a trabajar lo que sea, como hacían los españoles en los años 40 y 50, para mejorar y que sus hijos pudieran estudiar y progresar.

--Pero esa teoría termina con las esperanzas de los millones de parados que hay?

--Y no solamente de los parados. Hay que asumir que el mundo ha cambiado. No vamos a vivir igual que antes de la crisis. Nosotros nos tenemos que transformar. Por ejemplo, si la sanidad en España es muy buena, tenemos que luchar para que lo siga siendo, pero asumiendo que es muy cara. ¿Y quién la paga? Nadie nos la va a pagar. Si queremos que siga teniendo la misma calidad, o la pagamos con impuestos o vamos al copago. Lo que debemos tender es a que se acabe el despilfarro; a que los servicios públicos se gestionen mejor.

--Dado el panorama actual, ¿se debe gastar o se debe ahorrar?

--Es complicado. El ciudadano medio, por precaución, tiende a ahorrar. Y decirle que consuma en lugar de ahorrar sería algo osado por mi parte. Yo no tengo muy claro ahora mismo qué es lo que hay que hacer. De lo que sí debemos ser conscientes es que hemos gastado demasiado en años anteriores. La economía se ha endeudado y esas deudas hay que pagarlas. Y ese pago debe salir de trabajar más horas. A partir de ahí podremos consumir más y a la vez devolver la deuda. No hay vuelta de hoja.

--Ante los anuncios de recortes en el gasto público, ¿podíamos decir que los preceptos de Keynes, de que el estado debe ser quien estimule la economía, han sido enterrados?

--Podríamos decirle al Estado, como la demanda interna está cayendo, que recuerde los postulados de Keynes para que compense parcialmente la caída de la demanda privada. Pero al Estado le pilla en una situación débil, porque ha gastado mucho y en algunos casos mal. Y de dónde lo saca para gastar más. Quizá podría reasignar el gasto, pedir prestado a más largo plazo. Pero la solución es difícil.

--¿Qué mensaje trasladaría ante lo que se nos avecina?

--No debemos caer en la más absoluta angustia ni en la más absoluta depresión. La sociedad española tiene un capital humano, físico y tecnológico riquísimo. Eso no se ha destruido. Pero lo cierto es que nos esperan sacrificios importantes, como que durante unos años no vamos a ver aumentos salariales y sin embargo vamos a tener que aumentar la productividad. A lo mejor debemos tener menos vacaciones y menos puentes laborales, y más horas de trabajo. Hay que admitir que nuestra cantidad de ocio y nuestra asignación de gasto tiene que variar. Es muy posible que no nos podamos ir a tomar el aperitivo todos los días, y sin embargo trabajar más. Pero eso redundará a medio y largo plazo en beneficio, quizá no de nosotros, pero sí de las generaciones futuras, que es lo que pensaban nuestros padres.