El pasado viernes se cumplieron doce meses desde que Pedro, un joven extremeño de 27 años, entró en la Asociación Extremeña de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Aexjer). A pesar de su juventud, llevaba entonces casi una década jugando. Empezó con «16 o 17 años echando a lo mejor solo cincuenta céntimos en bares donde no te llamaban la atención», cuenta. Cuando llegó a la veintena estaba ya metido de lleno. Pero ya no eran solo las tragaperras. «Una vez que te metes en el mundo este, tocas todo: máquinas, apuestas deportivas, bingo,... todo».

En el peor momento de su adicción hubo meses en los que se le iban hasta 3.000 euros jugando. «Muchas veces me iba a tomar un café y me gastaba 400 euros», afirma. Aunque algunos días, los menos, ganase, «todo lo que puedas ganar ya te lo has gastado antes. Desde el primer momento en el que echas dinero a una máquina o a una apuesta, siempre estarás perdiendo».

El dinero que ganaba trabajando no era suficiente. «Me ocurrió lo que a muchos ludópatas, que nos metemos en los ‘minicréditos’, que te lo pintan todo muy bonito». Pedía un préstamo para poder afrontar el pago del anterior, así que una deuda se enlazaba con otra. «Llega un momento en el que lo único que haces es vivir para el juego», incide. «Cuando peor he estado ya me daba igual el dinero, lo único que quería era jugar».

El ‘boom’ de las apuestas deportivas empeoró su dependencia. Se hizo «muchas» cuentas en internet y, más tarde, cuando comenzaron a abrir establecimientos en su localidad para hacerlas presencialmente, también comenzó a frecuentarlos. Unos lugares que, rememora, «hacen que pierdas la noción del tiempo». «A lo mejor he apostado a un partido de la liga china que no sabía ni quién iba a jugar. O a una carrera de galgos, que no tenía ni idea de cómo va eso. Ya lo haces por vicio y porque no te puedes controlar». Las asociaciones de ludópatas ya están alertando de los efectos que pueden tener estas apuestas, tanto ‘on line’ como presenciales en los establecimientos que están proliferando por toda la geografía española. En Extremadura, donde esta práctica se autorizó en el 2014, ya hay cerca de un centenar de locales en una treintena de municipios. En 2016, solo las apuestas presenciales realizadas en Extremadura (sin incluir las hechas en webs, donde está el mayor volumen) superaban ya los 29 millones de euros.

La familia del ludópata, resalta Pedro, es con frecuencia quien más sufre este problema. «Lo pagas con quien no lo tienes que pagar. Llegas a casa y a lo mejor te has gastado mil euros. Estás cabreado, no tienes ganas de hablar. El ánimo te lo toca mucho». A su padre, lamenta, «he llegado a robarle 300 o 500 euros». La enfermedad de su madre acentúo su adicción. «Mis padres estaban mucho tiempo fuera, yo estaba menos vigilado y me evadí de la realidad jugando».

«Llegó un momento en el que estaba tan ahogado..., pero es entonces, cuando ya te ves hasta arriba, cuando saltas. Te dices: ‘Tengo un problema y necesito salir de donde estoy’». Habló con su padre en el que fue, confiesa, uno de los momentos más difíciles de su vida. «Al principio se enfadó mucho, pero al rato se sentó conmigo, me dijo que cuánto dinero debía y me ayudó mucho. Mi padre ha sido uno de los apoyos más fuertes y mi pareja también». Pero lo más importante, precisa, es que el propio ludópata tenga claro que quiere dejar atrás su dependencia. «No quiero tener 50 años, una familia, un piso... y echarlo todo perder por el juego, que solo trae desgracias».

La recaída

Y llegó el 3 de junio del 2017, el día de la final de la Champions. «Sales por la mediodía con los amigos, te tomas unas copas, te pones a ver el fútbol y en el momento en el que me tenía que haber ido para casa, pues no me fui», resume Pedro, que explica que su mayor error lo había cometido varios meses antes, por no respetar las pautas que le indicaron en Aexjer. Una vez que se entra en la asociación «lo primero» que se le pide al ludópata es que cuente todas sus deudas y también qué dinero posee. «Yo las deudas las dije, pero no que tenía un colchón de 1.500 euros guardado». Y ese fue el dinero que jugó aquella noche. «Me escaqueé y estuve jugado en un bar. Llevaba ya tiempo que tenía ganas de volver, pero si ese dinero no lo hubiera tenido, pues no me hubiera pasado nada».

«Se lo conté a mi padre y otra vez pasé un muy mal momento». A partir de esa recaída no ha vuelto a tocar el juego. No es mucho tiempo aún, admite, pero él se ve «muy centrado, porque tengo otras aspiraciones». Ha cambiado de rutinas, dejado de ir a bares que antes frecuentaba. «Y si decido echarme una cerveza prefiero hacerlo fuera o de espaldas a una máquina». Eso sí, siempre muy controlado por sus seres queridos porque, subraya, «los ludópatas somos muy mentirosos y unos inmaduros», lo que crea «una desconfianza muy grande al principio». Las mentiras que contó cuando jugaba hicieron que, cuando estaba ya en rehabilitación, su padre le hiciera enviarle fotos por el móvil para probar dónde estaba en cada momento.

Otra de las cuestiones fundamentales es tener limitado el acceso al dinero. No puede sacarlo del banco si no es con la firma de su padre. Y si lo hace debe presentar justificante de lo que se ha tomado o ha comprado. «Suelo llevar lo mínimo y deben saber el dinero que llevo. Si me compro unas zapatillas tengo que presentar el ticket». Es consciente de que «en esto puedes recaer en cualquier momento. Hay gente que no ha jugado en 20 años a nada, pasa un mal momento, y juega, porque esto es ya para toda la vida». Esas limitaciones, asevera, no le suponen ninguna contrariedad. «Prefiero que el dinero lo lleve mi novia o no llevarlo. Ludópata lo voy a ser toda mi vida. Pero voy a aprender a convivir con eso».

La asociación le está ayudando mucho, tanto los compañeros como los psicólogos, con los que se muestra especialmente agradecido. Se reúnen cada viernes. «Estoy en terapia de gente joven y te sientes identificado, ves que no eres el único, que hay más gente con tu mismo problema, y cada vez lo va a haber más, porque esto no lo están parando. Ya hasta menores de edad están haciendo apuestas deportivas. Entra un mayor de edad con el dinero del menor y hace las apuestas por él».

Cuando empezó a ir estaban ocho en las reuniones. Ahora son el doble. «Y no sale ni la mitad de la gente, porque no se atreven a contarlo o se piensan que no tienen un problema. Yo también lo pensaba hasta que me di cuenta».