Siempre tuvo claro que le gustaban los juegos de niña, los chicos, el pelo largo, el maquillaje y las faldas aunque vestía como un niño. "Siempre me he sentido diferente pero no sabía porqué", dice María. Cuando llegó a la pubertad le daba rabia que su voz se volviera más grave y que comenzara a salirle barba. "No quería ser como era, lo odiaba y empecé a echarme maquillaje para ocultarlo pero me tuve que cortar por miedo a enfrentarme así a la sociedad. Me ponía delante del espejo e intentaba analizarme: 'A ver, tengo cuerpo de niño, tengo cara de niño y me gustan los niños".

Buscaba explicación a lo que sentía y la encontró, aunque no la adecuada. "Mis amigos me decían que si me gustaba los niños era gay, parecía la única explicación así que durante años estuve pensando que era homosexual aunque nunca he podido mantener relaciones con un hombre, no podía", recalca. Mientras, seguía maquillándose, odiando su barba y encerrándose en el cuarto de baño para disfrazarse. "Me encantaba ponerme pelucas, vestidos, pintarme, me hacía fotos, ahí era donde realmente disfrutaba y donde podía ser yo misma. Sin saberlo siempre buscaba hacer cosas de chicas".

Descartada la homosexualidad volvió a la búsqueda de información para lograr poner nombre a lo que sentía. Y lo encontró: transexualidad. "Se lo conté a mis padres en cuanto lo supe y decidí salir a la calle vestida de mujer, de lo que soy. Al principio tuve miedo al rechazo del entorno, a mis padres le costó pero tuve su apoyo, lo tenía claro y no dudé. Era una necesidad".

De esto hace ahora un año y en los próximos meses empezará su transición definitiva. Tiene 18 años y el endocrino ya ha dado el visto bueno para comenzar el tratamiento hormonal y en cuanto pueda quiere operarse y deshacerse de sus genitales masculinos. "Lo tengo clarísimo. Lo importante es dar el paso a la calle y yo ya llevo una vida 100% real. Estoy muy contenta porque creo que voy por buen camino".

María, estudiante de Peluquería y Estética, intenta ser de ayuda a otros jóvenes que como ella no saben poner nombre a su realidad. Ella reconoce que su carácter positivo y extrovertido le ha ayudado a encarar la vida y a ganarse el respeto de su pueblo, Ribera del Fresno, de apenas 1.000 habitantes. "Mucha gente se cree que ser transexual en un pueblo pequeño es más difícil y en mi caso es precisamente lo contrario, llevo una vida feliz y bonita y no tengo ningún problema. Es cierto que en el instituto sí he sentido rechazo pero también porque me sentía más débil y perdida". Pero desde hace un año está decidida a seguir siendo feliz y contárselo a la sociedad para que otros también puedan serlo: "una personas 'trans' puede llevar una vida normal; hay que olvidarse de las etiquetas y conocer a las personas", reivindica.