Ahora es Mérida la que podría albergar una planta azucarera, pero hace más de medio siglo daba sus primeros pasos la azucarera de La Garrovilla, la única que ha funcionado ahora en la región, que cerró en año 1997. La planta abrió para la campaña 1969-1970 con el fin de absorber las producciones de remolacha de buena parte de las Vegas del Guadiana, afectadas por las obras de los nuevos regadíos adscritos al Plan de Obras, Colonización, Industrialización y Electrificación de la provincia de Badajoz del año 1952. El Ministerio de industria ofreció a la iniciativa privada la instalación de una fábrica que molturase dentro de su área de influencia la remolacha producida en ese sector y el grupo Ebro Agrícola (junto a Duero, uno de los dos que se repartían entonces el mercado) se encargó de ponerla en marcha en Extremadura y explotarla hasta finales del siglo XX.

La planta de La Garrovilla procesaba una media de 4.000 toneladas de remolacha al día aunque hubo momentos en los que pasaron por sus instalaciones más de 8.000 toneladas diarias y se convirtió en la industria que dio los mejores años al pueblo y a las zonas productoras, fundamentalmente en torno a las Vegas del Guadiana y Tierra de Barros, donde llegó a ser más rentable que el viñedo (se pagaba a unas 4 pesetas de la época por kilo) con una producción además de mucha calidad, con muchos grados que luego se transformaban en azúcar.

La moltura de la remolacha dio alas a la economía del pueblo durante casi 30 años, pero la reconversión del sector azucarero puesto en marcha por Ebro situó en el punto de mira a la planta extremeña y se llevó finalmente por delante a la azucarera de Badajoz, cuyas instalaciones eran muy antiguas. La decisión de le empresa provocó la movilización de La Garrovilla contra el cierre, que suponía trasladar a los 51 trabajadores fijos de la empresa a otro centro de trabajo y el despido de los 171 trabajadores discontinuos. A esos empleos se unía el mazo al sector agrícola con la pérdida de un cultivo que producía más de 25.000 toneladas en la región en cada campaña y que llegó a tener más de 6.000 hectáreas de terreno de cultivo en Extremadura.

De La Garrovilla a Andalucía

La decisión de la Ebro de cerrar La Garrovilla llegó en el año 1996 con la recogida de la remolacha ya en marcha y convulsionó la campaña. Los productores se negaron a seguir las indicaciones de la empresa para que depositaran sus producciones para molturar en la factoría sevillana de La Rinconada (a 200 kilómetros de la planta extremeña) e incluso se plantearon vender la producción a una sociedad distinta a Ebro. Además, se organizó una manifestación contra el cierre de la empresa en la que participaron más de 2.000 personas. Pero la decisión de Ebro estaba tomada y la planta de La Garrovilla estaba abocada a desaparecer, aunque aún mantuvo la actividad esa campaña y la siguiente, ya a medio gas.

La clausura de la azucarera extremeña se hizo efectiva en 1997. La decisión obligó a desplazar las producciones a las plantas que Ebro mantuvo en Andalucía y Castilla y León (principalmente a la andaluza), lo que hizo perder rentabilidad al cultivo de la remolacha azucarera y con ello poco a poco fue cayendo el interés, y decayendo el modo de vida de la zona de La Garrovilla. Durante algunos años se mantuvo aún un mínimo de producción que se llevaba a la planta de Sevilla, pero finalmente se acabó por abandonar la remolacha por falta de rentabilidad. La perspectiva de una nueva planta en Mérida genera expectativas renovadas de que la remolacha vuelva a estar en el campo extremeño.