El primer día fue bueno. El segundo regular. El tercero malo. Y del cuarto prefiere ni hablar. Todo iba cada vez peor porque no sabía cómo adaptarse. Incluso se puso enferma. "Creía que no podía", asegura. Pero al final, no sabe muy bien de qué manera, sacó fuerzas y tiró hacia adelante. Ahora mira a su hijo, que acaba de cumplir ocho años, y dice: "Al principio fue muy difícil, pero tiene una recompensa muy bonita". Y él responde con un abrazo y un efusivo beso en la mejilla. "Es que es muy cariñoso --explica la madre--, está obsesionado con caerle bien a la gente, sobre todo a los adultos". Ese empeño nace del temor a sentirse de nuevo abandonado.

Ella es Isabel, una vecina de 47 años de Aceuchal (5.500 habitantes) que, junto a su marido, Francisco, de 49, conforman una de las 14 'familias ajenas' de Extremadura que tienen en casa a un menor en régimen de acogida permanente.

¿Qué significa esta condición? No existe ningún vínculo sanguíneo. Si lo hubiera, es decir, si fueran, por ejemplo, los abuelos quienes se hacen cargo, el concepto sería 'familia extensiva'. Se habla de permanencia porque debido a las circunstancias especiales del niño y sus padres biológicos, hay un alto porcentaje de probabilidades de que éste se quede varios años, o incluso hasta que cumpla los 18, con su familia ajena. Y el término acogida implica que, aunque los 'nuevos progenitores' tengan que encargarse del cuidado y la educación diaria, es la Junta de Extremadura la que sigue teniendo la tutela del menor.

Isabel y Francisco, ella esteticista, él agricultor, no tienen hijos biológicos y se aventuraron en este proyecto --como ellos lo llaman-- por dos motivos: querían ayudar a un niño y sentir la experiencia de ser padres. "Habíamos pensado en apadrinar, pero luego nos planteamos: dónde irá ese dinero que das y pasa por tantas manos... Un día vi en la tele un programa de niños que nadie quería acoger, porque todo el mundo prefería la adopción, así que como yo ya tenía las ganas, hablé con mi marido y entre los dos decidimos que queríamos hacerlo. Fuimos a la Cruz Roja a Badajoz y allí nos informaron de los pasos que había que dar", cuenta Isabel.

En 10 meses

A partir de ahí, el proceso fue muy rápido. La Administración abrió expediente y se inició la valoración psicosocial (petición de informes a la Policía Local de la localidad de residencia, dos entrevistas con psicólogos y trabajores sociales, visitas al domicilio...). En apenas 10 meses el pequeño ya dormía en su nuevo hogar. Isabel recuerda perfectamente aquella primera noche, de la que ya ha pasado año y medio: "Sentí que su habitación, por fin, estaba llena de vida, y eso me dio mucha alegría".

Las familias de acogida tienen dos meses para adaptarse. Si esto no ocurre, el menor vuelve otra vez al centro. "Cuando pasó ese tiempo yo no estaba preparada para firmar los papeles. Quería que el niño se quedara, pero no me sentía capaz de firmar nada, así que pedí unos meses más".

"Es que tú no lo quieres el primer día en plan: ¡qué felices somos los tres! Eso no es así. Al principio le tienes pena, no amor, y te planteas si vas a saber aguantar toda la vida. Y yo veía que no era capaz y me acordaba de las mujeres que tienen depresión posparto, porque la sensación debe ser muy parecida. Mi marido lo llevaba bastante mejor, pero me dijo: 'Tú estás primero que él, y si no puedes, pues que vuelva al centro".

"Porque lo fundamental --apunta Francisco-- es que la pareja permanezca fuerte y unida. El niño no debe estar antes que la pareja, porque si no, los padres no pueden cuidar de él".

Isabel quiso tener paciencia y a los 10 meses firmó los papeles. Y no sólo eso, además, pidió otro. "Pero me dijeron que esperara, que la adaptación es un proceso muy largo. Lo cierto es que cada día se convierte en una batalla".

¿A qué se enfrentan unos padres de acogida? "Estábamos acostumbrados a estar los dos solos y de repente hay en casa un niño que es puro nervio y que no conoces. Sientes una responsabilidad muy grande. Tu vida entera cambia. Además, le tienes que reñir: lávate los dientes, haz los deberes...". "No te muerdas las uñas, no digas palabrotas", apunta el pequeño.

Para él, la adaptación también es compleja, "tiene muchas cosas dentro". Le costó integrarse en el colegio, "lo querían expulsar porque le pegaba a todo el mundo", y aprobar las asignaturas. Pero este curso ha sacado muy buenas notas y dice con una sonrisa enorme que el próximo año va a tener "un millón de amigos". De momento, su mejor compañía es 'Turbo', un perro de peluche al que abraza constantemente.

A las dificultades del día a día hay que añadir la curiosidad que despierta en un pueblo el primer niño de acogida. "Me preguntan constantemente: '¿Entonces no es tuyo, lo tienes que devolver?'", cuenta Isabel. Y reflexiona: "La adopción es muy difícil, hay mucha espera. Lo que pasa es que después el niño tiene tus apellidos y es tuyo para siempre. Nosotros tenemos un acogimiento permanente, debemos cuidarlo, pero si pasa algo 'gordo', quien responde es la Junta. Además, hay un control de psicólogos y trabajadores sociales. Puede que esto dure para siempre o que acabe en unos años. Y claro, cuando te dicen eso se te quitan las ganas, aunque como lo que tú quieres es ayudar al menor, da igual que se quede un año, cinco o siempre".

--Pero tú vas a estar aquí toda la vida --dice mirando al pequeño.

--Ya lo sé, mami --responde él.

Isabel y Francisco le repiten que él tiene dos padres y dos madres. "Se acuerda mucho de su familia biológica", aseguran. Entre los tres existe una relación muy natural en la que intentan no ocultarse nada.

Necesidad de cariño

No dudan en recomendar este modelo de vida y aseguran que ahora sienten una gran felicidad por la decisión que tomaron. Además, se lamentan de que hay demasiados menores que viven en los centros de la Junta. "Estos niños necesitan mucho cariño. No significa que tengas que mimarlos, sino que están carentes de besos, abrazos... El este año ha vivido una Navidad en familia, ha tenido regalos de Papá Noel y ha estado con sus primos. Eso es lo que necesitan".

Pero no olvidan que la experiencia puede salir mal. De hecho, ya pasó con su propio hijo. Antes de llegar a Aceuchal estuvo con una familia en Mérida que, pasados los dos meses, no superó el periodo de adaptación, de manera que el menor tuvo que volver al centro de Cáceres, donde residía antes de ser acogido.

Isabel y Francisco saben que tienen entre manos un proyecto largo y difícil, "pero si pensamos sólo en las cosas malas, nunca haríamos nada, hay que fijarse en lo bonito de la vida ", dice el padre. "Claro que hay días malos, pero como en todas las familias", añade mientras cruza una mirada cómplice con su mujer.

Su lucha tiene una recompensa que disfrutan día a día. Ver cómo su hijo evoluciona les da fuerzas suficientes para seguir adelante. "La gente nos dice que está muy bien adaptado y que ha cambiado mucho. Pero que nadie se engañe: esto no es fácil", asegura Isabel. "¡Pero lo vamos a intentar!", expresa el pequeño.