A Ramón Amaya los animales le "encantan. Me gustan todos". Pero, por encima de todo, lo que este pacense de 54 años no aguanta "es que los maltraten. Me da rabia porque no se pueden defender". Así que hace dos semanas, cuando vio una mula moribunda, tirada en la cuneta, y supo cómo había llegado hasta allí y la forma en la que la habían maltratado, no se lo pensó dos veces: dio media vuelta y se hizo cargo de ella.

Era fin de semana y Ramón había salido de ruta con una veintena de compañeros del Ciclo Club Badajoz. Hacía poco que habían hecho el descanso para tomar un café cuando vieron, en las cercanías de Pueblonuevo del Guadiana, al "animalito" agonizando a un lado de la calzada. "Un hombre en un todoterreno con un remolque la había llevado enganchada y la había reventado del esfuerzo", detalla. A continuación, al ver que no se levantaba, se "lio a palos" con ella y, en el colmo de la crueldad, la llegó a arrastrar por la carretera. "Estaban todos los pelos en el asfalto. El animal tiene las piernas peladas", lamenta. Tras pedalear unos metros más, explica, "le dije a un compañero: 'tirad vosotros que me voy para atrás'". En ese momento, afirma, su objetivo era evitar que la sacrificasen dada su mala situación. "Yo lo que quería era sacarla de allí porque, si no, está claro que la hubiesen tenido que matar", precisa.

Ya junto al animal, y con la Guardia Civil presente --probablemente avisada por una mujer que vio cómo golpeaban a la mula y que habría presentado una denuncia por estos hechos--, el supuesto maltratador negó que fuese suya. Su explicación: "Que la habrían dejado los gitanos". Y cuando le respondieron que lo habían visto remolcándola del cuello con el coche, replicó "que lo que estaba haciendo era quitarla de en medio para que no se produjera ningún accidente".

Ayuda de sus hijos

Al no haber nadie que se responsabilizase de ella, Ramón preguntó si él podía hacerse cargo. Después de tomarle los datos, los agentes dieron el visto bueno y llamó a sus hijos Alvaro y Víctor, quienes, junto a un amigo, fueron hasta Pueblonuevo con un remolque para poder llevarse el animal.

Y conseguirlo tampoco fue fácil. Además de ellos cuatro, necesitaron de la ayuda de varias personas más que se ofrecieron a colaborar. "Gracias también a ellos, que si no no hubiésemos sido capaces de subirla. Era un peso muerto. No había quien la moviera". Poco a poco, fueron empujando al animal hasta la carretera y de allí, por "una rampita", lo subieron hasta el remolque.

Su estado era lastimoso. Se trata de un ejemplar ya mayor (de unos veinte años) y que, golpes y heridas aparte, estaba hecho un saco de huesos. El viaje hasta Badajoz lo hizo sin moverse, acostado en el remolque. "Venía muerta. No se podía levantar. Por la tarde tuvimos que hacerlo con una grúa. Orinaba sangre. Supongo que de la paliza", cuenta.

A partir de ahí, los cuidados se han centrado en "alimentarla bien y que esté calentita por la noche --duerme en el interior de una nave--. Hay que estar un poco pendiente de ella para recuperarla, pero la verdad es que este animal tiene una voluntad y unas ganas de vivir a prueba de bombas", incide. "Está muy, muy bien", agrega.

A la mula, en principio, iban a llamarla Milagros --"porque ha sido un milagro que se salvara", apunta Ramón--, pero ha sido su hija Gloria --"una fanática de los animales"--, la que decidió rebautizarla como Muliki. "Si me puedo quedar con ella legalmente, estará con nosotros mientras viva. Eso está claro".