TDturante toda mi vida he echado pestes de la falsa solidaridad, aquella que el rico fomenta hacia el pobre sin empatía real con su injusta condición de hombre, sino proveyéndole de una ínfima parte de lo que a él le sobra, sin interés efectivo por atajar las causas fehacientes de su pobreza y, menos aún, sin dejar de promover, directa o indirectamente, su mayor empobrecimiento. Una falsa buena acción desde el momento que se hace por gesto altivo de autosatisfacción o por propicio lavado de conciencia o, lo que más denigrante me parece de todo --cinismo que ejercitan hace décadas algunas de las empresas más adineradas del planeta--, por simulada labor caritativa frente a la opinión pública, destinada a beneficios mercantiles, o por el infamante favor de una reducción de impuestos a la hora de declarar sus rentas. Engañoso y triste a partes iguales.

Durante toda mi vida he echado pestes de la falsa solidaridad, pero no me ha bastado con eso. Quise fomentar la solidaridad sincera, la que busca la raíz real de los problemas, la que se mira en uno mismo como primer culpable y, a la vez, como parte de la solución, la que no sólo se sostiene a base de una mayor cantidad de donativos en forma de dinero, sino de una mejor calidad de principios en forma de actitudes éticas y morales y, sobre todo, a base de otras armas de lucha posibles frente a la desigualdad entre seres humanos, como por ejemplo: la concienciación social, las ideas generadoras de acciones, la vida aplicada a la vida o la creatividad destinada a la esperanza, tan importante en este mundo de desconfianzas y desilusiones.

XUN DIA,x hace tres años, nos juntamos varios buenos amigos, nos miramos a la cara y nos planteamos esta misma preocupación unos a otros. ¿Qué podemos hacer por los demás?, ¿qué podemos hacer por mejorar un poco el mundo que nos rodea?, ¿qué podemos hacer para que otros pueden tener, siquiera, algunas de las muchas facilidades que nosotros hemos tenido en nuestras vidas para desarrollarnos como personas? Las respuestas a todas esas dudas no eran sencillas. Cada uno tenía sus circunstancias y vivía en una ciudad de España; cada uno trabajaba en un campo muy diferente del resto (la construcción, la hostelería, la música, la enfermería, la biología, la informática, la medicina, el turismo...) y cada uno tenía sus propias certezas, sus propias inseguridades y sus propios miedos a la hora de asumir aquellas respuestas. Pero la unión, como la historia del género humano ha demostrado tantas veces, hace la fuerza.

Un día, hace tres años, en el pequeño gran pueblo de Zorita, provincia de Cáceres, sentamos las bases de lo que terminó siendo la ONGD Movimiento Páramo, una humilde asociación de amigos, sí, pero mucho más que eso, una organización no gubernamental de desarrollo destinada a tender una mano donde nadie la suele tender (ni siquiera las grandes ONG, preocupadas casi siempre de empresas más avariciosas, también en el buen sentido del término), trabajando por la integración de sociedades en vía de desarrollo dentro y fuera de España, poniendo un punto de esperanza en personas que ni siquiera saben de la existencia de un lugar en el mundo llamado Extremadura, desde donde un grupo de personas han sembrado una semilla para ellos, una semilla que algún día será árbol y les dará frutos y sombra y hasta oxígeno.

Pues bien, durante toda mi vida he echado pestes de la falsa solidaridad, pero ni a mí ni a muchos como yo nos ha bastado con eso. Creemos en otra solidaridad posible. Creemos en la fábula que de niño nos contaron nuestros padres y abuelos, aquella de no darle peces al hambriento, sino de compartir con él nuestra caña y enseñarle a pescar. Creemos que con pequeños actos también se pueden defender los ideales más altos. Creemos que del sueño inicial de siete amigos pueden generarse muchos otros sueños y proyectos que hagan la vida más fácil a una, dos, cinco, treinta o cien personas que necesitan ayuda. ¿Por qué no la nuestra? Esas eran algunas de las creencias sobre las que ONGD Movimiento Páramo nació y por ellas seguimos luchando tres años después. En este tiempo, hemos desarrollado proyectos en Uganda, La India, República Dominicana, Mozambique y España. Y, lo que es mejor, la familia ha aumentado a más de cincuenta miembros, haciéndonos más fuertes y conscientes de todo lo bueno que nos queda aún por hacer.

XNO QUISIERAx que este escrito se me malinterpretase, a beneficio de algunos despotricadores oficiales, como una declaración de falsa modestia o una pedante lección de buena conducta social o cualquier otra tergiversación al clásico modo, porque nada estaría más lejos de mi intención al compartir abiertamente con todos, y por escrito, acentuando más mi convicción por lo expresado, esta actitud personal y vital, una de las que más feliz me han hecho y me hacen sentir en los últimos años de mi vida, no sólo a base de ilusión, sino también, y sobre todo, de compañerismo, compromiso y trabajo.

Durante mucho tiempo he echado pestes de la falsa solidaridad. He descreído, como el que más, de ONG, entidades sin ánimo de lucro y asociaciones solidarias varias, disgregadas arbitrariamente en el amplio mapa de la solución momentánea a problemas persistentes y ocupadas por repartir, en un amplio porcentaje, más complacencia efectiva a sus benefactores que a sus beneficiarios. Ahora puedo creer o descreer y crear o no crear al respecto, pero con conocimiento de causa (que, en una persona adulta, suele ser la mayor causa de conocimiento). Ofrezco un camino, de los muchos y diferentes que hay, para quien alguna vez lo haya deseado y nunca se haya atrevido a dar el primer paso hacia otra solidaridad posible. Desde cualquier ciudad y pueblo de Extremadura, por pequeño que sea, ese camino puede (y debe, diría el poeta) partir. Con que uno solo de mis lectores se tome la molestia de intentarlo, ya habrán merecido la pena las 4.943 letras que he tecleado para escribir este artículo. Sobre todo, las 22 últimas: 'www.movimientoparamo.org'.