Los ecos del AVE, amplificados en los medios de comunicación, siguen ocultando el quejido agónico del ferrocarril convencional en Extremadura. Y a nadie parece importarle lo suficiente como para hacer de este problema un asunto de estado en el contexto autonómico.

El último episodio lamentable --al límite de lo escandaloso-- tiene como protagonistas a la línea ferroviaria Cáceres-Valencia de Alcántara y el tren Lusitania, tras el descarrilamiento del 23 de enero pasado. La primera sigue cortada al tráfico. Y el segundo continúa sin circular por Cáceres (lo hace a través de Salamanca). Y han pasado ya cerca de tres meses. Incomprensible.

¿A quién hay que exigir responsabilidades? ¿A la ministra de Fomento, que repite en el cargo? ¿A los responsables de Adif? ¿A la Junta de Extremadura, que sigue callada? ¿A PSOE y PP, que no han sabido consensuar una posición unitaria en los nueve pueblos afectados por el corte? ¿A todos ellos?

El 5 de marzo, 42 días después del corte de la línea por el último descarrilamiento del Lusitania y cuatro días antes de las elecciones generales, Adif y Renfe emitían un comunicado anunciando que licitarían por la vía de urgencia las obras de reparación de la vía. El anuncio llegaba con retraso. Pero se dio por bueno. Ha pasado más de un mes de los comicios y no hay señales de vida de esa presunta actuación de urgencia. Cabe preguntarse qué entiende Adif por urgente. Desde luego no lo mismo que el resto de mortales.

Aunque es difícil esperar algo de un operador de infraestructuras y unos responsables ministeriales que permiten que en una línea ferroviaria se mantengan todavía traviesas de madera de 1918 en casi dos tercios del recorrido, como han denunciado los sindicatos. ¿A qué velocidad puede circular un tren por una plataforma en esas condiciones? ¿A 50 por hora? ¿Es competitivo un servicio así para el ciudadano?

Otrora, las vías extremeñas eran surcadas por grandes líneas, como el superexpreso Lisboa-Madrid-París-Londres (desde hace años lo hace por Fuentes de Oñoro), el tren Ruta de la Plata o el Lusitania Express. Poco o nada queda de aquel esplendor. La indolencia de la sociedad extremeña ha permitido que los sucesivos gobiernos hayan ido minando los cimientos no solo de estas vías sino de los enlaces con Madrid y Barcelona y, lo que es más grave, la conexión interna entre las principales ciudades extremeñas. ¿De verdad nadie escucha el lamento del tren?