Apenas habían pasado 15 minutos de la hora límite y la policía ya había denunciado a un grupo de cuatro personas. Estaban en las inmediaciones de La Madrila, en Doctor Fleming, sin ninguna justificación para permanecer a esa hora en la vía pública, más allá de las ganas de estar en la calle. Hubo algún momento de tensión y frustración, pero se resolvió pronto. Media hora después, ese mismo grupo, ahora más amplio porque se sumaron otros tres, fue de nuevo interceptado; esta vez justo en la puerta de Correos. «Hemos tenido que denunciar al resto», comentaba un agente a la vez que una de las sancionadas intentaba convencerlo de que vivía justo al lado y que ya casi estaba llegando a casa.

La primera hora, dice la policía, es la más compleja. Después ya reina la calma y apenas surgen contratiempos. Aunque el fin de semana, aseguran, hay que intensificar la vigilancia.

En Cáceres, al igual que en el resto de municipios de la región, varias unidades patrullan cada noche para recordar que ahora vivimos con toque de queda. En Extremadura no se puede salir a la calle sin causa justificada entre las 00.00 y las 6.00 horas. Es una medida para evitar el ocio nocturno incontrolado en el que, aseguran las autoridades sanitarias, el virus se propaga con ligereza porque se relajan las medidas de seguridad. Las últimas cifras dicen que uno de cada tres nuevos casos de covid tiene menos de 30 años; y los botellones (sobre todo en viviendas particulares) se consideran un foco peligroso de contagios.

Otra época, otro contexto

Justo después de la media noche, en un jueves otoñal, los bares del centro cacereño aún conservarían el ambiente de los trasnochadores; ahora algún que otro universitario con mochila a la espalda acelera el paso camino de casa para llegar a tiempo y no incumplir la ley.

A esa hora transitan trabajadores de la hostelería que acaban de terminar su jornada justo cuando otros la empiezan, como un empleado de Conyser que recoge residuos con un camión. Ellos sí están autorizados.

A partir de las 00.00 hace falta un salvoconducto para poder, simplemente, estar en la calle. Para desplazarse andado o en coche. Parece una realidad de otra época, de otro contexto.

Un vehículo camuflado de la policía saca de pronto la luz azul y da el alto. Es necesario mostrar ese salvoconducto para evitar una denuncia y la consecuente sanción económica.

En la calle gobierna el vacío. Una pausa que contrasta con la decoración navideña ya colocada. El intento de que la vida siga cuando en realidad está quieta.

Mientras, un par de ambulancias van camino del hospital.