Calixto Gregorio dice que ha vuelto a la vida en el 2020. En un año cargado de dolor, pérdidas y angustia hubo también destellos de luz y de felicidad. Gregorio es la mejor muestra. Ha empezado el 2021 viviendo casi en una burbuja en su casa y echa cada día de menos a su prole de hijos y nietos, con los que evita todo contacto por consejo médico para proteger el preciado bien de la salud que ha recuperado hace tres meses, gracias a un trasplante de riñón que era inviable hasta septiembre. Podría haber sido cualquier año pero ha sido en el 2020. Un camino largo y algo tortuoso le llevó a perder la esperanza en 2019 para recuperarla en medio de los estragos de la pandemia «cuando menos pensaba que sucedería», concede al teléfono desde su casa de Plasencia. Acaba de llegar de sus 10 kilómetros de paseo, siempre a primerísima hora de la mañana para evitar encontrarse con gente. Dice que tiene «una nueva vida» y que ahora solo piensa en que cuando pase su aislamiento y el virus podrá pasar por fin temporadas con el hijo que vive en Tarragona. Sin la máquina de hemodiálisis que suplía tres días a la semana su riñón y a la que se sentía atado.

«Calixto, tienes que perder al menos 25 kilos para que puedas entrar en la lista de trasplantes. Así la operación no es posible», le decían los especialistas en la consulta del Hospital Universitario de Badajoz que seguía la evolución de la insuficiencia renal que había desarrollado a consecuencia de una diabetes que avanzó sin freno posible durante 15 años. «Pero no es lo mismo perder 25 kilos cuando tienes 25 años que cuando tienes 65 como yo», reconoce. Aun así lo intentó.

Durante mucho tiempo asumió muchas limitaciones en la dieta para desprenderse de los kilos que lo alejaban de la lista y del trasplante. Lo intentó incluso con un endocrino. «Perdí tres kilos en un mes después de mucho sacrificio. No veía el fin y solo pensaba en que con ese ritmo, no iba a vivir lo suficiente para perder todos los kilos que necesitaba», recuerda. Su ilusión se iba apagando a medida que su salud se deterioraba y las visitas a la sala de hemodiálisis eran más frecuentes y más prolongadas. Primero era un día a la semana, luego dos y a mediados del 2019 ya necesitaba conectarse tres días durante cinco horas a la máquina que suplía la mermada función de su riñón. «Estaba cada vez más triste y después del tratamiento llegaba a casa sin fuerzas, machacado. Solo decía que no quería pasar así el resto de su vida», recuerda Alicia Martín, su mujer. Ella se ocupaba de llevarle y traerlo. Y del coche pasaba directamente a la cama.

«Apagado y harto»

«Estaba apagado y harto de la situación», recuerda la mujer. Así que decidieron buscar opciones y llegaron a la consulta de del doctor Luis Miguel Santos, responsable de la unidad de Obesidad en el Hospital Quirón Salud Clideba de Badajoz. «Su estado de salud general se iba apagando», asegura el médico. Así que se le planteó la opción de colocar un balón gástrico en el estómago para ayudarle a perder peso. Era una opción complicada por sus problemas de salud, pero tampoco había muchas más.

«Fue un recurso a la desesperada que no estaba exento de riesgos», apunta el médico. Pero Gregorio decidió que asumirlo y afrontar los 5.000 euros que costaba la intervención merecían la pena. En octubre del 2019 entró en el quirófano para que le insertaran el balón. «Fue un éxito. No hubo ninguna complicación y después de documentarlo bien creemos que no hay precedente de una intervención así a un paciente con una insuficiencia renal», afirma el doctor Santos, que está trabajando en un artículo sobre la operación.

Después llegó un mes duro en el que el cuerpo de Calixto Gregorio no lograba de acomodarse a una alimentación líquida y un objeto extraño. «Casi dejó de comer», recuerda su mujer. Pero a las siete semanas comenzó a mejorar y en ese tiempo la báscula empezó a darle también buenas noticias. Luego empezaron los paseos: diez kilómetros de caminata cada mañana, a los que sumaba otros cinco muchos días en la terraza de su casa. Poco a poco, sus 96 kilos empezaron a caer uno tras otro.

27 kilos menos

El pasado mes de septiembre Calixto Gregorio tenía programada una de sus revisiones en el área de Nefrología del Universitario de Badajoz. «Cuando entró en la consulta no se creían que fuera él», recuerda la mujer. Las consultas se habían espaciado y al Gregorio que recordaban los médicos le separaban 27 kilos del que acababa de cruzar el umbral. Así que a las buenas noticias de la báscula le siguieron las de su nefrólogo: «vamos a proponer que te incluyan en la lista de trasplantes», le dijo. Era el 23 de setiembre. El día 5 de octubre le llamaron para comunicarle que ya estaba su nombre en ella, pero le advirtieron también de que el proceso podría ser largo y que habría que tener paciencia hasta que apareciera un donante compatible. Sin embargo no necesito más que 22 días.

La noticia que había esperado durante años llegó mientras estaba en una de sus sesiones de diálisis: había un posible riñón para él. «Fui todo el viaje de Plasencia a Badajoz llorando de alegría, pensando en que por fin podría ser», recuerda. Y fue. El 27 de octubre recibió su nuevo riñón, tres días después ya estaba caminando por la unidad de aislamiento para estos pacientes y diez días más tarde iniciaba la recuperación en casa. «Está muy bien. Ha sido un gran cambio. Tiene otro color y ha vuelto a disfrutar, también con la comida», recuerda Alicia Martín. Él siente una ilusión renovada: «Ya no juego más a la lotería, el mejor premio me tocó ya. Nunca imaginé que un año como el 2020 me iba a devolver la vida», dice.