"No puedo volver a Rumanía porque tengo que pagar una hipoteca y no me darían las ayudas que aquí no tengo por mi hijo porque es español". Son palabras de Lia Duica que vino a España hace cuatro años para buscar una vida mejor que por el momento parece no encontrar en Plasencia, donde vive. Está teniendo problemas para conseguir un trabajo y dice que no está completamente integrada por este motivo, aunque no es el único a veces.

"Hay gente que me mira mal por ser extranjera", pero también hay "gente que me trata muy bien", señala. Lia habla de inmigración y de xenofobia, dos términos relacionados habitualmente con su situación, la de inmigrante. "Palabras que no hacen más que delimitar conceptualmente el conflicto", explica el sociólogo y antropólogo de la Uex, Domingo Barbolla. "Decirles que se integren es decir que soy propietario de todo y eso es una barbaridad. Lo que hay que hacer es convivir".

Conflictos que no se dan en Extremadura pero sí en otras comunidades como Cataluña (Salt o El Vendrell), donde el número de inmigrantes es más elevado, se produjeron por una cuestión que persigue a la inmigración: estigmatizar a todo un colectivo por el comportamiento de un individuo. Una de las lacras que más recriminan los extranjeros residentes en Extremadura consultados por este diario."Los inmigrantes somos tratados injustamente cuando alguno comete un delito, pero aquí como en cualquier país hay delincuentes, no todos vienen de fuera", denuncia Faustino Mbakop, español de origen camerunés. Dice que todo está motivado por la debilidad económica de los últimos años. "En momentos difíciles es común buscar culpables y ensañarse con los más débiles", asegura Mbakop que montó su negocio, una consultoría de formación, en Cáceres hace diez años, donde reside junto a su mujer, cacereña, y su hijo. "Si hubieran sido inmigrantes los que maltrataron a la burra de Torreorgaz no habríamos sido tan tolerantes", destaca Héctor Prinzo, un argentino que vive en Badajoz desde hace 30 años. Pero no es el único tópico al que tienen que enfrentarse frecuentemente, más en una situación económica poco favorable para el empleo. "Es fácil oír que los inmigrantes venimos a quitar el trabajo a los españoles", dice.

Esa percepción también la comparte Prinzo. "Los jóvenes hoy piensan en trabajar, y con más demanda y pocos empleos se genera ese sentimiento de exclusión hacia los extranjeros que yo no sentí pero sí algunos compañeros".

"Percepción equivocada"

Se trata, dijo el ministro de Trabajo la semana pasado, Celestino Corbacho, de una "percepción equivocada" de algunos españoles. Por lo demás, "la sociedad ha dado muestras más que sobradas de saber compartir y convivir" con los foráneos, detalló Corbacho tras la presentación de un estudio del ministerio que asegura que cada vez más personas juzgan como "excesivo" el número de inmigrantes en España y demandan una política migratoria más restrictiva, recoge el informe.

¿Sabemos entonces convivir? La respuesta no es sencilla porque la convivencia es compleja, pero lo que está claro es que ya formamos "una nueva y única civilización", explica Barbolla. Y es en ese contexto en el que "estamos creando otro espacio comprensivo y generando posibilidades de acuerdo entre los seres humanos, pero hay que forjarlo ahora ante una situación de interacción que no se dado en la historia de la humanidad". Y el lenguaje es una buena manera de empezar.

Es por ello que Barbolla recrimina, entre otros conceptos, a políticos y medios de comunicación sobre todo el uso de términos como segunda generación. Así denominan algunos sociólogos a los hijos de los inmigrantes que ya viven en España y que decidirán las relaciones en el futuro. Serían los hijos de Ducai o Mbakop, pero esto "es un error", dice Barbolla. Y bajo premisas como esta, el sociólogo ha creado con otros colegas un Centro de estudios para la nueva civilización con el objetivo de generar otro contexto global y nuevos códigos que no sigan alimentando el conflicto social.

Prinzo, pese a que no ha tenido ningún problema de convivencia desde su llegada hace décadas, opina que "la igualdad no está conseguida. La sociedad está en periodo de innovación en todo". Es en este proceso cuando se debe seguir avanzando para mejorar la convivencia, que no la integración, en palabras de Barbolla.

Y convivir en Extremadura parece más fácil que en otras comunidades, según la experiencia de Idrid Smouni, de 32 años y residente en Don Benito desde hace una década. "Cuando llegué de Marruecos viví un tiempo en Alicante y allí hay mucho rechazo y discriminación. Aquí es diferente, hay una gran acogida hacia el inmigrante y muchas asociaciones". Su ejemplo de convivencia es claro. Preside la Asociación Paz e Integración en Extremadura, con la que los musulmanes que residen en Don Benito participan en las diversas tradiciones que se celebran en la ciudad. Incluso ha llevado a estudiantes extremeños a visitar Marruecos, con el único objetivo de dar a conocer su cultura de origen. En junio Smouni, un marroquí dombenitense, conseguirá la nacionalidad española.

Situaciones incómodas

Diferente es la historia de Khalid Laroussi, también marroquí, que después de 20 años viviendo en España asegura que aún siente situaciones incómodas por su origen. Vive en Coria donde trabaja como traductor e intérprete en el Centro Cultural Arabe, y a pesar de sentirse feliz, tiene su mente en Tánger. "No me veo viviendo aquí, prefiero que mis hijos tengan una cultura árabe, no voy a negarlo. No tengo nada en contra de la cultura española lo que ocurre es que me cuesta aceptar que un hijo mío cuando tenga 13 o 14 años me empiece a pedir la paga o que vaya a comprar alcohol para hacer botellón". Está casado con una española y tiene 2 hijos".

El apego a las raíces tradicionales es uno de los obstáculos que en ocasiones puede frenar la completa adaptación de los extranjeros. La catalogación del inmigrante cuando llega al país, es otro. "Si vienen de países desarrollados no hay problema, pero si vienen como inmigrantes económicos ya generamos miradas desde arriba. En un espacio nuevo con esas mentalidades viejas es complejo poder convivir y es ahora cuando tenemos que preparar el futuro", concluye el profesor. Un futuro en el que, "¿por qué no?", a Diana Pérez no le resulta difícil imaginar a un ciudadano de Colombia presidiendo una región española. Esta joven colombiana de 27 años vive en Badajoz, y tras 9 años aquí aún no tiene la nacionalidad, que está esperando, pero trabaja cada día al servicio de España en la base Menacho.