Tras cuatro años en el paro y sin ningún tipo de ingresos, son muchos los sacrificios que ha tenido que soportar Pedro de Ejeda, un hostelero emeritense de 50 años que vio cómo su negocio quebraba al inicio de la crisis. Pedro vive con su mujer, su hijo de 23 años y su nuera (estos últimos también en el paro) en un piso familiar prestado porque no pueden hacer frente al alquiler: sobreviven con 300 euros al mes que su esposa cobra por trabajar de asistenta sin alta en la Seguridad Social. Antes ingresaban cerca de 2.000. "Vivimos de Cáritas y de la ayuda de la familia", reconoce Pedro, que se define como una persona emprendedora a la que ahora puede la impotencia por no poder hacer frente a los gastos que supone la apertura de un nuevo negocio. "Todas las subvenciones y ayudas son para los jóvenes empresarios", se lamenta.

Para poder comer, Pedro ha tenido que vender su coche. "No tenía seguro porque no lo podía pagar. Me sancionaron y como tampoco podía hacer frente a la multa, ahora estoy haciendo trabajos sociales. Fue entonces cuando decidí venderlo porque total, el dinero también nos hacía falta para comer", explica. Ahora se desplaza en un ciclomotor que tampoco tiene seguro y al que cada día reposta 1,50 euros de gasolina. En su casa también han renunciado a internet y han tenido que vender las pocas piezas de oro que poseían para hacer frente a los gastos básicos de agua y luz y sobre todo, "para no pasar hambre". "A mí la vida me ha cambiado hasta el punto de no tener ilusión por nada. No sé lo que es salir, no recuerdo cuándo fue la última vez que me tomé una cerveza. No puedo comprarme ropa ni zapatos, todo lo que llevo puesto me lo han dado familiares. Vivo en el piso de mi suegra. Y lo peor es que a mí me pueden ayudar mis padres, pero ¿quién ayudará a mi hijo?", se pregunta.

Cuando cerró el bar, Pedro se fue a trabajar a una función a Valladolid, pero al poco tiempo le afectó un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) y desde entonces, no ha vuelto a tener trabajo. En estos cuatro años se ha dedicado a hacer cursos y ahora, además de tramitar el subsidio para mayores de 50 años, ha solicitado un puesto para irse a trabajar a Polonia en la construcción. "Aquí ya no hay futuro, ni siquiera en el campo", concluye.