A Pedro Rico nunca se le había pasado por la cabeza acercarse a la carrera judicial hasta que hace siete años alguien le planteó la posibilidad de que se postulara para ser juez de paz en Berrocalejo. Le pareció que podría ser una tarea interesante; así que este aparejador de 70 años decidió probar suerte, aceptaron su candidatura y se convirtió en el juez de paz de un municipio de unos 60 habitantes al que llegó por primera vez hace más de 40 años y en el que lleva más de 20 instalado, desde que decidiera montar allí un club náutico junto a otros amigos.

El grueso de su actuación está en el registro (defunciones y algunas altas de nacimientos), pero también «pequeñas disputas entre vecinos, pequeñas querellas que intentamos resolver aquí con el fin de que no acaben en los juzgados», explica sobre su tarea. «Y no debo hacerlo muy mal porque aquí sigo», añade sobre la renovación que se le concedió hace ahora tres años (los mandatos son de cuatro años) y que tiene intención de seguir renovando siempre que pueda. «Esto es una ocupación más en un pueblo donde tampoco hay mucho que hacer», apunta. Además, con estas funciones ayuda en trámites a los vecinos del pueblo, donde la vida es casi en familia.

«La carga de trabajo es proporcional a la paga que nos asignan, que no es mucha», bromea. Un juez de paz percibió una retribución mensual de entre 1.000 y 4.000 euros en función del número de habitantes, según el PGE del 2017.