Erase una vez una estrella que lleva años proclamando su entrada triunfal en la edad madura --El doctor T y las mujeres (2000), Chicago (2002), I´m not there (2007)--. Erase una vez un director sueco que, intentando apartarse de su propio camino (Casanova (2005), topó con un callejón sin salida. No es extraño, pues, que La gran estafa lidie con etiquetas e imposturas: Richard Gere y Lasse Hallström saben de lo que hablan. El resultado de su encuentro es una película sobre la mentira y sus consecuencias. Y está, ojo al dato, basada en un hecho real.

Clifford Irving es un escritor en crisis. Su editora rechaza su última novela, "un Philip Roth de segunda categoría", y necesita un éxito de inmediato. No se le ocurre otra cosa que inventarse una trola de campeonato: Howard Hugues, uno de los billonarios más paranoicos de la faz de la Tierra, le ha llamado para que escriba su autobiografía. Es una noticia improbable, pero la América de los 70, con Nixon engañando a sus votantes y la guerra del Vietnam levantando protestas, es un país que necesita creer en algo. Irving lleva su mentira hasta la imprenta en 1972, pero le acaban descubriendo. La cárcel le espera, pero, así son los americanos, sacará tajada de sus patrañas: el relato de su desesperado vía crucis, The hoax, ha inspirado La gran estafa.

Gere aparece en la película con una prótesis de nariz, la punta del iceberg de una ficción que resulta imposible mantener, entre tantas preguntas desconfiadas. Su personaje se disfraza para tener entrevistas ficticias con su biografiado, falsea cintas magnetofónicas y se inventa conversaciones telefónicas desde las islas Bahamas mientras el cerco se va cerrando a su alrededor. "Esta película --declara el director de Chocoloat -- es un thriller, un drama y una comedia, y es la más juguetona que he hecho en mucho, mucho tiempo". Y esta es una apuesta sobre seguro.