Son Lobo, un pastor alemán negro; y dos mestizos venidos de protectoras: Musa y Darryl. Ellos tres son los protagonistas de un proyecto pionero en España que está desarrollando la oenegé extremeña Asociación por el Mundo Salvaje (AMUS) y que empleará a estos tres perros para rastrear aves que hayan colisionado o se hayan electrocutado con tendidos eléctricos.

La iniciativa arrancó con el inicio del año, y cuenta con el apoyo del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico a través de la Fundación Biodiversidad. El objetivo es doble. Por un lado, pretende cuantificar el efecto de la red eléctrica sobre la avifauna. Por otro, validar el modelo empleado de forma que se pueda replicar en otras comunidades autónomas en el futuro. Y durante el proceso, que en principio dura un año, salvar a todas las aves que sea posible.

Un informe publicado en el 2018 puso cifras por vez primera al problema que los tendidos eléctricos suponen para la avifauna: hasta en 33.000 rapaces mueren cada año en España por electrocución. Cifras que para AMUS quedan muy lejos de la realidad. Este colectivo estima que solo un 10% de las aves accidentadas son localizadas. Frecuentemente sufren graves traumatismos y lesiones que les impiden volar. Entonces, se ocultan bajo la vegetación y fallecen sin que nadie las encuentre o son hechas desaparecer por depredadores. «El problema está infravalorado. No hay una información veraz ni real, porque tampoco a las compañías eléctricas les interesa mucho que se conozca realmente cuál es la incidencia de los tendidos eléctricos, que es brutal. Creemos que es un verdadero sumidero de fauna», sostiene Álvaro Guerrero, director del Hospital de Fauna Salvaje de AMUS.

Solo en los últimos tres años, en este centro situado en Villafranca de los Barros han sido atendidas unas noventa aves que se han electrocutado o colisionado con conexiones aéreas: águilas, búhos, buitres, lechuzas, cernícalos o cigüeñas. «Esta es una de las principales amenazas para muchas especies de aves, equiparable a la perdida de hábitats o al veneno», asevera Guerrero, quien subraya el enorme poder de atracción que los tendidos tienen sobre algunos alados, que con mucha frecuencia «se posan o se alimentan encima de ellos».

Entre las que sufren un mayor daño se encuentran especies de alto valor y amenazadas como pueden ser el águila imperial o la perdicera, el alimoche o el milano real. Las hay, incluso, «que estaban desapareciendo» por la afección de las líneas eléctricas. «El mayor icono de este problema es el águila imperial ibérica, una de las más amenazadas de todo el planeta. El declive que sufría era sobre todo por las electrocuciones y las colisiones. Y cuando empezaron a modificarse los tendidos en los lugares en los que está ubicada esta águila también comenzó a recuperase», apostilla.

Por eso, AMUS busca demostrar que son muchas más aves de las que se piensa las que pierden la vida por este factor y que se trata «de un problema de primera magnitud en el que tienen que intervenir las compañías eléctricas haciendo una profunda transformación de todo sistema eléctrico y poniendo las medidas pertinentes para minimizarlo», arguye. El estudio citado anteriormente cifraba en 141 millones de euros anuales el coste económico por pérdida de biodiversidad que se ocasiona. Este se estimaba según el sistema MORA (Modelo de Oferta de Responsabilidad Ambiental), elaborado por el Gobierno. De acuerdo a esa metodología, cada águila imperial ibérica está valorada, por ejemplo, en 139.290 euros; un buitre negro o un águila real en 92.860 euros; un buitre leonado en 46.430; y un búho real en 9.286.

Aprendiendo a oler pájaros

Aprendiendo a oler pájaros

La iniciativa de AMUS está todavía en una «fase muy embrionaria, estamos adiestrando a los perros», cuenta el responsable de esta oenegé extremeña. Los tres canes que integran la unidad cinológica han sido «escrupulosamente seleccionados» por sus facultades entre un numeroso grupo de animales y de acuerdo a los criterios de la adiestradora del proyecto. En estos momentos se están acostumbrado a identificar el olor de las aves mediante plumas de las distintas especies que posteriormente tendrán que buscar: buitres, garzas, grullas, avutardas, ratoneros o cernícalos, entre otras —«Cada ave huele de una manera diferente», incide—. También están aprendiendo a reconocer el olor que desprenden la necrosis o la quemadura provocada por la electrocución en el ala o la pata de un pájaro. «Es un proceso muy laborioso y complejo», recalca.

En aproximadamente tres meses empezarán los reconocimientos de líneas. Cuando estos lleguen, «en primer lugar se hará un barrido con el sistema tradicional de revisión [a pie] y después otro con los perros, para ver lo que se saca con un método y con otro», detalla Guerrero. La hipótesis de la que se parte es que un perro, gracias a su potente olfato, «obtiene mucha más información debajo de una línea eléctrica que una persona». O incluso que determinados aparatos, porque aunque las compañías utilizan también drones con este fin, estos equipos «no detectan qué hay debajo de un arbusto. Y un perro sí lo huele y lo encuentra».

Los canes «trabajarán a bastantes metros de nosotros, entre la vegetación», por lo que alertarán ladrando cada vez que encuentren un pájaro muerto o malherido. «Lo vivo que pueda ser recuperable lo llevaremos al hospital de fauna y le daremos una segunda oportunidad», adelanta.

Toda la información que se obtenga mediante ambos barridos «la va a manejar un experto en estadística» con el fin de alcanzar unas conclusiones «lo más científicas y objetivas posibles».

Durante un año se trabajará con líneas eléctricas de toda la provincia de Badajoz y el proyecto culminará con un encuentro técnico al que se invitará tanto a las compañías eléctricas como a las administraciones. En él se les comunicará si el método ha funcionado, y de ser así, «lo que pretendemos es replicarlo en otras comunidades autónomas para que lo asuman dentro de sus planes de actuación». Igualmente, servirá para hacer las correspondientes propuestas de modificaciones de aquellos tendidos que sean más peligrosos.

AMUS, por lo pronto, tiene ya intención de dar continuidad a su unidad cinológica más allá de estos doce meses de vigencia del proyecto. «Estamos buscando entidades que contribuyan a financiar este proyecto, porque segura, de momento, la tenemos solo para un año», cuenta Guerrero.