TLtos monacatos y conventos de toda la geografía española han tenido una presencia importante, y yo diría que crucial, en la vida cotidiana. Al margen de todas las connotaciones sociopolíticas de las que podíamos analizar, a nadie se le escapa que uno de sus cometidos ha sido la práctica de alimentar a los necesitados. Pero de esta práctica ha derivado en el desarrollado de una cocina muy rica en variedad con la utilización de productos básicos y de bajo precio. Este hecho se ha ido manteniendo a lo largo de los siglos hasta la actualidad. Al mismo tiempo, ha dado lugar a una bibliografía importante que ha enriquecido la cultura culinaria y bibliófila de nuestro país.

Desde el libro del fraile franciscano del siglo XVIII Raimundo Gómez , de sobrenombre Juan Altamiras , escribió un recetario para las monjas del convento que visitaba se han ido sucediendo numerosos recetarios, así como el de Sor Juana Inés de la Cruz , que recopiló las recetas del convento de San Jerónimo, o el Libro de cocinación de los Capuchinos gaditanos del siglo XVIII y si nos acercamos a nuestra tierra extremeña, debemos significar el recetario de los monjes del Monasterio San Benito de Alcántara que según historia-leyenda fue sustraído por la esposa del general francés Junot .

Ya más en la actualidad encontramos recetarios como el de las Hermanas concepcionistas, Delicias celestiales y Bendito paladar, o el de las hermanas franciscanas clarisas de Santa Isabel de Valladolid 2008. Todas estas referencias no hacen más que enriquecer la idea de la importancia de la cocina conventual en nuestra propia cocina tradicional, y últimamente en la llamada cocina moderna, pues son muchos los cocineros que se acercan a esta cocina tradicional de los conventos para captar ideas, modos y maneras y adaptarlas a los fundamentos de la nueva cocina del siglo XXI.

Una parte significativa de esta cocina conventual es la referida a los dulces, que se puede decir que en ellos se encuentran las verdaderas manos celestiales de esta cocina. El dulce requiere una delicada y paciente laboriosidad, un amor por la exactitud, a la vez que la imaginación silenciosa se hace necesaria, por todo ello se puede decir que la dulcería conventual tiene una significativa calidad y suele ser buscada y apetecida casi con religiosa necesidad.

La adquisición de tal o cual dulce en tal o cual convento ya es signo de la obtención de placer al consumir esa delicia dulzona y jugosa; y en un mundo de marketing y comercio globalizado es lógico que los conventos tengan en su dulcería un modo de conseguir fondos para su mantenimiento. Es por lo que en estos días de diciembre se esté celebrando durante los días 6 al 8 de diciembre en Cáceres la V Feria del Dulce Conventual.

La variedad de dulces y dulzores que no solo se nos meten por la boca sino por los ojos y, se puede decir, que por los cinco sentidos es tanta como imaginación tienen nuestros frailes y monjas. Podemos degustar pastelillos, mazapanes, almendrados, hojaldres, roscos y rosquillas, tocinillos y huesecillos de santos, entre otros muchos dulces que nos muestran los diferentes conventos llegados de toda España, La madre de dios de Coria o La Encarnación de Plasencia, así como el convento de Santa Clara de Montijo, Las jerónimas, San Pablo y Santa Clara de Cáceres, San Leandro de Sevilla o el de Santa Cruz de Córdoba y otros muchos más.

Hoy tenemos la gran suerte de que nuestra mesa esté enriquecida con estos placeres celestiales que nos vienen de las calladas y místicas cocinas, aún más a las fiestas que nos acercamos, donde el dulce nos ayuda a pasar este piélago de crisis. Con un dulce y un villancico de fondo, posiblemente olvidemos las aflicciones de la vida cotidiana.