Hubo un día en que el pueblo cereño de Pizarro se levantó para repintar el mural LGTBI que de noche habían tratado de borrar con cal, y en el que los vecinos de Arroyo de San Serván (Badajoz) decidieron ser cómplices de Elsa, una niña transexual. Son solo algunos ejemplos del «cariño» con el que el mundo rural «abraza» hoy la diversidad sexual. Ejemplos que ayer se pusieron de manifiesto en Mérida, donde la Red Extremeña de Pueblos contra la Homofobia y la Transfobia celebró un encuentro con la participación de 30 de sus 62 integrantes.

Puede parecer una pequeña cifra teniendo en cuenta que Extremadura ronda los 400 municipios, pero son «muchos», según destacó el presidente de la Fundación Triángulo, José María Núñez, una de las entidades que impulsó su creación hace cinco años junto a las diputaciones y la Federación de Municipios y Provincias (Fempex).

Pero lo importante, más que el número, es la realidad que está reivindicando: «que la gente de nuestros pueblos es mucho más abierta de lo que en realidad creemos», que se ha «infravalorado» su mentalidad y que a veces «nos equivocamos» al pensar que las ciudades son más tolerantes.

«Como en el pueblo le importan las cosas a todo el mundo porque todos se conocen, cuando sales del armario es un poquito más complicado porque no tienes que hablar para diez, tienes que hablar para 200, que son la gente a la que le importas. Pero una vez se da ese paso se vive con total integración», ha manifestado Núñez en declaraciones a los periodistas, reconociendo también los avances experimentados respecto a hace 30 años cuando el colectivo LGTBI, también él, tenía que sortear el ser «el mariquita del pueblo» o «la lesbiana invisible».

La realidad hoy es otra, y el caso de Elsa lo demostró el día en el que la fundación esperaba a una veintena de personas para sensibilizar sobre el tema y se encontró con más de 200 en un pueblo donde la niña vive «con absoluta y total cotidianeidad».

Pero no es el único caso, también el de Pepa, de Guareña (Badajoz), que hace unos 15 años empezó a vivir como mujer transexual en su pueblo «con naturalidad». O el de la entidad local menor de Pizarro, que no llega al medio millar de habitantes y que se levantó «enfadada» aquella mañana que su mural LGTBI amaneció pintado de cal y se puso manos a la obra para restaurarlo.

Seguir trabajando

No obstante, Núñez señala que hay que seguir trabajando en los municipios porque, aunque se han aprobado leyes nacionales y regionales de igualdad LGTBI, hace falta planes locales que las desarrollen, más teniendo en cuenta que «Extremadura es un 80 % rural». Y en ello se incide en el encuentro que ayer celebró la Red, que en sus cinco años ha llevado su mensaje de libertad y diversidad al mundo rural con actividades en los centros educativos, trabajando con los servicios sociales de base, un festival de cine o pintando muros.

El presidente de la Junta, Guillermo Fernández Vara, también presente en el encuentro, les agradeció su empeño y manifestó que aunque se ha avanzado mucho queda por hacer «lo más difícil»: cambiar la mentalidad. «Todavía hay mucha intolerancia y chistes que forman parte de una manera muy tramposa de entender la realidad», dijo.

Frente a ello, apostó por adoptar un enfoque transversal, desde el municipio, «porque en la política local es donde se escribe la vida de las personas», hasta lo internacional, como se ha hecho en Extremadura incorporando la lucha contra la homofobia a las políticas de cooperación.