Ocho de la mañana. El sol se cuela en el patio interior e ilumina cada una de las salas del centro de día Francisco Chanclón de Cáceres. Es la hora de entrada a este peculiar 'cole', como muchos lo llaman, del barrio cacereño de Aldea Moret. Los mayores van llegando a cuentagotas en furgonetas de Cruz Roja principalmente y comienza la primera actividad del día: el desayuno a la que le sigue el baño. Leche, zumos y magdalenas ayudan a coger fuerzas para las actividades de la mañana. Es viernes, jornada de ocio previa al fin de semana, y toca jugar al bingo en una de esas soleadas salas que hacen más agradable la estancia en este centro.

"Echamos el rato y nos entretenemos jugando; aquí nos tratan muy bien", dice María --nombre ficticio--, una de los 56 mayores que pasan por este centro cada día, en el turno de mañana o de tarde. Ella habla mientras sus compañeros ojean el periódico, una revista, colorean un dibujo, hacen fichas de grafomotricidad e incluso varias agotan su vista bordando. Están en la sala destinada a las personas que mantienen la función cognitiva pero tienen una dependencia funcional --dificultad de movimiento, sensorial,...--.

Justo en la sala de al lado hay menos actividad. Otra decena de usuarios descansan contemplando el soleado patio mientras el equipo matinal de profesionales, desde el enfermero Pablo, el terapeuta Francisco, la psicóloga Rosa y las auxiliares Rosa, Charo y Dori, entre otras, les van reclamando para hacer curas, pasear o realizar actividades personalizadas desde los distintos servicios con que cuenta: terapia ocupacional, fisioterapia y psicología. "Normalmente son muy paraditos y hay que tirar de ellos para que hagan cosas. Ahora sí como le digas a una cariño y a otra no les da envidia rápidamente", cuenta una de las auxiliares de enfermería.

Todos son dependientes y han pasado por una valoración previa para ser aceptados en este centro público, que forma parte del catálogo de servicios de la Ley de Dependencia, aunque presta sus servicios desde el 2003, cuatro años antes de la creación de esta normativa. En función de la capacidad económica y el grado de dependencia establecido, cada usuario aporta una cantidad que va desde los 0 hasta los 187 euros mensuales. "Es un servicio muy interesante y muy válido tanto para los usuarios, que reciben una atención integral para mejorar o mantener su autonomía, como para las familias, que encuentran aquí un apoyo que no pueden ofrecer en casa. Además es muy útil porque retrasa la institucionalización de los mayores, de aquí se marchan a su casa y eso es importante para ellos", cuenta la directora del centro de día, Caridad Herreros.

La relación con los familiares es muy estrecha, como la que mantiene el equipo de 31 profesionales que atiende a los dependientes. "Las familias y el personal son piezas claves de este centro, si hay motivación y ganas todo sale mejor", afirma la directora. Y lo segundo al menos no falta. "Es muy satisfactorio trabajar aquí con los mayores", cuenta Dori Mendo, que lleva alrededor de 30 años atendiendo a este sector y ocho en este centro. "Lo peor es enfrentarte al final de sus vidas, se vive lo más duro, el deterioro, pero tiene su recompensa", señala otra veterana auxiliar de enfermería, Charo Osado. Coincide el resto del equipo. "Al final te aportan más de lo que tú les das. Los mayores tienen algo especial, es muy grato trabajar aquí", añade Francisco Díaz, uno de los terapeutas ocupacionales, aunque "también tienen su carácter y es difícil" apuntan las auxiliares, que al final son las que más tiempo pasan con los mayores. "A mí me alegra el día entrar por esa puerta y ponerme a cantar con ellos", añade Cristina Borrero, camarera del centro desde hace 8 años, antes de poner las mesas porque llega la hora de comer y volver a casa. A las tres de la tarde volverán nuevos usuarios y el relevo de personal hasta la hora del cierre. A las 10 de la noche el centro se apaga hasta que vuelva a lucir el sol.