Son restos que se sitúan de un lado y del otro del Río Tajo. Allí se esconden más de cinco mil años de historia que se tragó el agua del embalse de Valdecañas en los años 60 y que hoy, debido a la sequía, salen de nuevo a la luz.

«Es ahora o nunca», clama Ángel Castaño, presidente de la Asociación Cultural Raíces de Peraleda, que ha puesto en marcha una campaña para que se recupere y se ponga en valor un dolmen único en el sur de Europa.

«El dolmen tiene entre 4.000 y 5.000 años de antigüedad y está construido sobre un asentamiento que es incluso anterior, del Neolítico», cuenta Castaño.

Tal y como explica este vecino de Peraleda de la Mata, buena parte de la información que se tiene del yacimiento viene dada gracias a la excavación arqueológica llevada a cabo por el alemán Hugo Obernaier entre los años 1925 a 1927: «Él visitó la Finca del Duque de Peñaranda, donde se asientan los restos. Cuando lo vio y se dio cuenta de lo que era empezó a hacer excavaciones», cuenta Castaño. «Lo que concluyó es que el origen sería un círculo de piedras que era un templo solar, algo que raramente se ha visto al sur de los Pirineos, lo cual ya lo convierte en un yacimiento único. Años más tarde el templo se cubre con una bóveda y se construye un pasillo, se convierte en una construcción que aunque sigue siendo sagrada también es un habitáculo donde se guardan cosas. En la tercera fase que vino siglos más tarde se cubre con un túmulo de tierra rodeado por una muralla, lo cual puede tener muchos significados relacionados con lo mágico o con un sentido de protección», añade.

Miles de años más tarde los romanos excavarían el túmulo y, probablemente, se harían con algunos de los objetos más valiosos que habían permanecido ocultos en el dolmen. Del mismo modo, el arqueólogo alemán se apropió de distintas piezas que en la actualidad se encuentran expuestas en un museo de la ciudad alemana de Múnich.

«Aquí siempre se ha conocido como ‘El tesoro de Gualperal’, porque se cree que se escondían piezas de mucho valor. Ahora esas piezas no están pero de lo que no hay duda es de que esto sí que es un tesoro arqueológico», argumenta Castaño.

Por eso, desde Raíces de Peraleda hacen un llamamiento para que las Administraciones recuperen lo que queda del dolmen antes de que vuelva a subir el nivel del agua: «Se encuentra deteriorado. Ya se puede observar que hay daños en la piedra, porosidad, alguna grieta, pero aún se está a tiempo de salvarlo. Si se vuelve a sumergir en el agua, no sabemos si dentro de cincuenta o sesenta años seguirá como hasta ahora», dice.

El dolmen de Guadalperal tiene 26 metros de diámetro, consta de 144 menhires, trece de ellos de gran tamaño y se calcula que la piedra fue traída desde una distancia de al menos cinco kilómetros, lo que demuestra un gran sentido de organización en la época.

«Uno de los menhires tiene grabada una serpiente, como un dios protector para guardar la cámara. Estaba situado al borde del río, en el Vado de Alarza, uno de los pocos puntos por donde se podía cruzar el río. De ahí que todo indique que tenía una función protectora», detalla Castaño.

Por esta razón, desde la Asociación piden que los restos se coloquen de la misma manera en la orilla del río: «Nuestro llamamiento es principalmente para que se conserve un patrimonio arqueológico único. Pero que además puede ser un elemento dinamizador de la economía en la zona. Creemos que si se llevara a un museo se descontextualizaría de lo que era ese monumento y que además podría ser un buen motor para el turismo», afirma Castaño.

Los mármoles

Al otro lado del embalse, un ciudadano también ha iniciado una campaña para proteger y promover los restos arqueológicos del extinto pueblo de Talavera La Vieja, conocido como Talaverilla, desalojado por el embalse de Valdecañas y construido sobre la antigua ciudad romana de Augustóbriga.

«Me pregunto cómo se puede permitir que un pueblo con tanta riqueza arqueológica se haya dejado de la mano de Dios», afirma José Antonio Rubio Fernández, quien fue obligado junto a todos sus vecinos y su familia a dejar su localidad natal cuando tenía 13 años. «Aún se pueden recuperar restos arqueológicos de vestigios romanos y otras civilizaciones, unos en la superficie de las ruinas del pueblo y otros aprovechando el estío para poder hacer excavaciones en esta época del año», añade.

Rubio, que se crió entre los famosos «mármoles» de la ciudad romana, cree que estas ruinas se deberían haber puesto en valor hace muchos años: «Suplico a la Junta de Extremadura para que tome cartas en el asunto y no deje que se pierda este rico patrimonio», dice.

También pide que se mejore el camino que comunica la localidad de Bohonal de Ibor con la extinta Talavera La Vieja: «Es lamentable el estado en el que se encuentra», dice.

«Lo que está claro es que ahí hay un patrimonio que se puede poner en valor para el turismo y no se está aprovechando», lamenta.

Patrimonio olvidado

La sequía ha dejado al descubierto un patrimonio milenario y ha puesto en pie de lucha a los vecinos de la zona, que ven cómo estos restos pueden suponer un impulso económico para los pueblos de la comarca.

Para la región, estas ruinas demuestran una vez más que Extremadura esconde muchos tesoros aún desconocidos y que están por explorar. Incluso bajo el agua.