TLto supimos cuando en Badajoz la riada de noviembre de 1997 nos sumió en la tragedia a todos los extremeños: fue la solidaridad de los vecinos, de los cercanos, pero también, y quizás sobre todo, de los más lejanos en el espacio físico, lo que nos supuso un bálsamo y un alivio para todos.

Es la solidaridad, el calor de los otros, lo que nos permite seguir hacia adelante, sobrellevar el intenso dolor, aparte de reponer los bienes materiales que se pierden, en alguna medida.

Ahora, le toca otra vez, mayoritariamente, a los más débiles, a los desprotegidos de por siempre, a los maltratados de toda la historia: pueblos sin casi nada de las islas lejanas del pacifício, de las costas inmensas del continente asiático, que sólo el turismo exótico nos estaban acercando en los últimos tiempos.

Y les toca de una manera tan atroz, tan desmedida, tan incalculablemente calamitosa, que no hay forma de encontrar palabras para abarcar su dolor. Pocas veces un terremoto ha llegado a los grados de horror del que les está asolando ahora.

Ante ello, nos cabe devolver las medidas de alivio que sentimos cuando nos tocó a nosotros el ala de la tragedia: la solidaridad institucionalizada y la particular. Nuestro esfuerzo colectivo y personal.

Las ayudas materiales y humanas que se nos solicitan y aquellas que, sin que las pidan --en su inmensa y muda desolación--, se merecen, como seres humanos en general, y como seres humanos pobres y tantas veces explotados por los ricos del mundo en particular.

Ahí debemos estar; es nuestro inmendiato, importante, ineludible compromiso para este año que comienza.

*Historiador y concejal socialista en el Ayuntamiento de Badajoz