En los últimos tiempos no resulta extraño ver a los sacerdotes a la carrera, de un pueblo a otro, para poder llegar a tiempo a dar los sermones. La escasez de párrocos en la región provoca que los que están en funcionamiento tengan que repartir sus labores sacerdotales entre distintas iglesias.

Este es el caso de Guillermo Díaz Manzano, cura de la barriada de la Paz de Mérida. Este sacerdote, además de oficiar misa en la parroquia de San Francisco de Sales y en la de Nuestra Señora del Rosario, dos parroquias de Mérida, se tiene que desplazar a Mirandilla, un pueblo cercano a la ciudad, para encargarse de la parroquia de Santa María Magdalena.

Este no es un caso único en la región, ya que hay muchos de los pequeños pueblos que tienen que compartir párroco con los pueblos de alrededor, como es el caso de Trujillano y San Pedro de Mérida, o Valverde de Mérida y Villagonzalo, pueblos que siempre han tenido curas propios y ahora tienen que compartirlos.

MENOS CERCANIA

Según manifiesta don Guillermo, esto provoca que "el pueblo que no tiene el cura en casa lo siente, porque quieren tener el cura cerca, que conviva con ellos, que comparta con ellos los momentos y estén cercanos para cualquier cosa".

En el caso de Guillermo Díaz, debe compartir sus labores como sacerdote con la docencia, ya que durante los meses escolares imparte clases en el Instituto Albarregas de Mérida.

Según el sacerdote, la única manera de mantener un ritmo de vida tan ajetreado es combatirlo a través de "llevar una buena vida interior, que es donde apoyamos todo, el trato con Dios y la vida interior hace que nosotros estemos serenos".

En su opinión la falta de curas se debe a que "se ha ido perdiendo la tradición religiosa". Así, asegura que se trata de "una falta de compromiso y de generosidad".