Viene hoy a nuestras páginas un restaurante de estreno. Menos de un año de andadura y ya tiene legiones de clientes satisfechos en las redes. Retiarii que se dice en latín. Reciarios en lengua vulgar. Hombres de la red, gladiadores de red. De red, tridente y daga. Y si todo esto lo adornan con los restos ciclópeos de un muro romano, de cuando Mérida era Emerita, están entrando en La Tahona. Un restaurante simpático a medio camino entre el arco de Trajano y el Hospital de San Juan de Dios, hoy Asamblea de Extremadura. Una calle tranquila en el centro de Mérida, la calle Alvarado. Con la virtud de estar en la ruta de casi todo, pero también de escapar a las calles infernales para turistas de aluvión.

La decoración destaca. Que contrataron a un decorador resulta manifiesto. Y no le quedó mal. Se aprovechan las antiguas dependencias de una tahona y de una vivienda para conjugar la decoración Ikea con el aire vetusto del conjunto. Y pese a no faltar ninguna de las señas de identidad de la marca sueca (hidráulicos de falsete, paredes verdes de plástico, sillas desparejadas,…) el resultado es armónico y bello. Al menos mientras no pase de moda. Se han conservado las habitaciones de la casa y sirven magníficamente como reservados. Dispone además de un buen patio para deleite de nosotros, los fumadores de habanos. Poco más se puede pedir.

La decepción llega con las hechuras de la carta. También resulta manifiesto que no se la encargaron a diseñador alguno. No es que me importe en demasía, pero parece que rompe el encanto del baile.

El mensaje es siempre cosa de dos: el que lo envía y el que lo recibe. El mensaje se construye entre dos. Saber escoger es parte del éxito en toda visita a un restaurante. Por buenas que sean las viandas puede que no acertemos con las circunstancias del día, de la hora o del propio comensal. Escoger no es siempre acertar. No es lo mismo un día caluroso que uno de frío invierno, no es lo mismo comer que cenar o ni siquiera es lo mismo solo que acompañado. Saber escoger es parte del éxito. También en un restaurante.

Les diré que las patatas estaban riquísimas. Muy buenas. Venían de guarnición con el chuletón de retinto y puedo prometer y prometo que en mi próxima visita me las pediré con huevos fritos y morcilla. Y barrunto que no estaré lejos de acertar. De primero tomé ortiguillas sobre ensalada de algas y garabato de vinagre de Módena. Lo de las ortiguillas ya es punto y aparte. A pesar de tener aprobada la geografía española del bachiller, en ocasiones, se me desdibuja en la memoria. Y Mérida no es Cádiz. Las ortiguillas son un pedacito de mar. Son nada. Son yodo. Y a la gaditana son un sencillo rebozado para darle cierta consistencia. El rebozado no estaba mal. El mar había huido. Probablemente una ensalada hubiera sido mejor opción. Me quedé con ganas de una de venao (sic) escabechado. O quizá un ceviche de corvina. O incluso, ¿por qué no?, una tablita de quesos. Y de segundo pude haber pedido unas mollejitas de cordero o unos calamares. Pero no lo hice. De postre natillas de mango. Quizá los taquitos de brownie sobre crema inglesa o el rollito red velvet de queso o el tiramisú de té estuvieran mejor.

El vino muy bueno. Una copita de Finca Resalso 2016. Uno de mis favoritos por dos euros con cincuenta. El pequeño de los Moro. Un monovarietal tempranillo fácil de beber, con todas las virtudes y los defectos de la Ribera del Duero. Para gozarlo con un buen chuletón.

En resumen, creo que el sitio merece una visita. Los precios están muy ajustados y ya solo les falta apretar con lo que viene en el plato.