Me he acercado a unas cuantas páginas web que anuncian dietas milagrosas no solo para quitarnos un poco de magro sino para que además nuestra salud sea la envidia de nuestros amigos y vecinos. Preocupación que el hombre ha tenido a lo largo de toda su historia, fuese de la condición que fuera. Así, en cualquier publicación semanal o mensual, de esas que leemos en nuestros ratos de dentista o peluquería, encontramos en todas ellas un análisis concienzudo o una columna sobre qué ha de comerse o cómo ha de ejercitarse el cuerpo y el espíritu para que ambos estén eternamente fijados en una juventud provocadora. De tal manera, que mientras leemos tal diatriba seudocientífica echamos nuestra imaginación hacia esos cuerpos que rallan en la perfección, pero suele sucedernos la mayoría de las veces lo que a aquella zorra, que miraba las uvas y no podía cogerlas, y se decía: "están verdes".

Pero por mucho que digamos y que critiquemos tales posturas, no se nos escapa que uno desearía practicar la llamada "terapia del yantar". Es decir, tomando la frase del pensador alemán Goethe "Du bist weil du isst", frase tan obvia como importante. En otras palabras para que nos entendamos: "vives porque comes" o según comes tendrás el cuerpo. Frase que encierra toda una teoría nacida en la vieja Grecia y que aún permanece entre nosotros, a la cual llamamos dieta o hacer la dieta y que casi siempre intenta practicar desde el currante hasta la llamada gente guapa del papel cuché.

PERO SI en el siglo XXI estamos acostumbrados a escuchar que los alimentos o las fórmulas dietéticas hacen milagros, no es una novedad entre nosotros, pues ya los libros médicos dietéticos monásticos, que eran verdaderos tratados de gastromedicina natural, nos introducen en las elaboraciones de jarabes, infusiones, tisanas, vinos y licores, así como ungüentos, tinturas y afeites para una aplicación dietética determinada. No había mal que no tuviera su terapia gastronómica.

Los males del cuerpo los trataban con infusiones de betónica o de lavanda. Para el dolor de muelas, masticar clavo o una tintura de romero, tomillo y orégano. Para el dolor de oídos, unas gotas de aceite con macerado de ajos. Para los dolores menstruales, una infusión de alcaravea o de granos de perejil. O para la menopausia, una tisana de apio. Estos son algunos de los ejemplos de esa gastromedicina, al margen de la recomendación de múltiples platos según estado o enfermedad.

Pero debemos tener presente que, independientemente de los adelantos científicos y de los comportamientos sociales de hoy, siempre desearemos acicalarnos interior y exteriormente para pavonearnos delante del vecino.