La Navidad no acaba con la regreso de los Reyes a Oriente, ni tampoco con la vuelta al colegio ni tan siquiera con la rutina del trabajo, aún se prolongará por varias semanas. Hasta finales de enero y, en algunos casos, hasta muy entrado febrero no veremos el día que olvidemos la Navidad. Se puede decir que aún durante un mes más estaremos recordando esos días el olor a mantecados, el tintineo de los renos de Papa Noel o el resoplar de los camellos de los Reyes Magos.

El lector se puede preguntar ¿a santo de qué plateo dicha cuestión, cuando es obvio que si lo hemos pasado bien con nuestros familiares y amigos, los recordaremos y caso contrario trataremos de olvidarlos? No, no lo digo por ese motivo, lo plateo porque no hay una casa que no queden pestiños, buñuelos, roscas o roscos, alfajores, perrunas, mantecados, mazapanes, turrones de mil clases y frutas escarchadas. Toda esta dulcería se mantendrá a la vista y poco a poco nos la iremos comiendo, aunque puede que también alguna dulcería se enrancie por quedar olvidada en algún rincón de la alacena. No es raro que en el verano descubramos un duro mantecado o un pringoso turrón.

Siempre me he preguntado qué podemos hacer con toda esta variedad dulcera navideña. Comérnosla poco a poco o reciclarla. Propongo lo segundo, pues de esa forma terminaremos en un breve plazo y así no estaremos recordando la Navidad aún un mes más. Es fácil elaborar un pudin de mantecados y demás dulces o de turrón. Solo hay que triturar los mantecados y roscos con leche, unos huevos, unas cucharadas de azúcar y canela. Mezclar bien y colocarlos en una bandeja que se colocará en el horno durante unos minutos. Después la enfriaremos en un frigorífico y lo desmoldaremos en una fuente, cubriéndose el pudín con una delicada capa de mermelada de fresa o de tomate y la espolvoreamos de nueces trituras. Así conseguimos un postre y además reciclamos nuestros mantecados.

Con el turrón podemos hacer una especie de sorbete triturándolo con leche y después enfriándola crema resultante a la que puede añadirse unas hojas de menta muy picadas. El lector se preguntará por qué no hablo de cantidades y todo lo dejo, podríamos decir, poco concretado. Pues bien, la cocina es un arte, Arte culinario, y como tal presupone que el autor de este arte, el cocinero, debe de sacar su conocimiento e intuir las cantidades. Recuerdo una expresión de mi madre cuando le preguntaba cómo o cuanto echaba de esto o aquello o qué tiempo para una determinada elaboración culinaria.

Ella me contestaba "eso lo haces a su amor". No hay mejor expresión para la cocina que esa. La cocina se debe hacer con mimo, con corazón y por su puesto con "amor", de otra manera se realiza una acción mecánica que como mucho es comestible, pero nunca se convertirá en una delicia gastronómica.

La "cocina de reciclaje" es una cocina de intuición y de imaginación. Ignacio Domenech, cocinero y escritor afamado de la primera mitad del siglo XX, escribió dos recetarios sobre el reciclaje y la cocina de recursos. Es una cocina importante hoy día, cuando se estima que 76 kg de comida se tiran al año por individuo. Y los tiempos no están para tirar absolutamente nada, así que no es mala opción lo de reciclar la dulcería navideña.