Cada mañana, Francisco Campos (32 años) o Kiko, como todos le conocen, llega temprano a la portería del número 17 de avenida de España, dispuesto a iniciar las tareas habituales de cada jornada en el bloque y también las que se ha echado él a la espalda desde que arrancó el confinamiento, para ayudar al medio centenar de familias que residen en este edificio, muchas de ellas personas mayores. Pero la del pasado miércoles no fue una mañana más. Sobre el mostrador que suele ocupar a ratos en el portal, había una nota anónima dirigida a él: «Te escribo para agradecerte el trabajo que estás haciendo en estos días tan duros. Sabemos que has sufrido una gran pérdida y que has estado muy triste y preocupado pero aún así has seguido trabajando. Gracias a ti todo sigue funcionando muy bien y está muy limpio. Me gustaría seguir saludándote, bajar al frontón. Muchas gracias y mucho ánimo», se puede leer en el escrito, rematado con el dibujo de una flor.

«Es muy reconfortante encontrar este tipo de mensajes. Este creo que sé quién lo ha escrito por el tipo de mensaje, la letra y el dibujo», explica sobre la nota que encontró el miércoles pasado. Pero lo cierto es que no es el primero que los vecinos le hacen llegar en las últimas semanas, que han sido especialmente complicadas para él porque falleció de forma repentina su padre. Unos días antes de esa nota, encontró otro escrito de agradecimiento dirigido a él mientras hacía el recorrido habitual por las plantas para recoger la basura. Era un escueto «muchas gracias, Kiko», que por poco pasa desapercibido. Pero le arrancó una sonrisa. «Lo vi de casualidad. Pero me gustó. Es de agradecer que valoren el esfuerzo que estás haciendo», dice.

Hace cinco años que comenzó a hacerse cargo de la portería del Edificio Cánovas. Sus obligaciones diarias incluyen la limpieza y mantenimiento de la zona ajardinada, las piscinas, zonas comunes, pequeños arreglos de desperfectos y por la tarde, la recogida de la basura.

Miedo a contagios

Todo eso sigue ocupando la mayor parte de su tiempo allí, solo que ahora equipado con guantes y mascarilla y con especial ahínco en las tareas de limpieza y desinfección, que en el caso de elementos como manillas o videoporteros, realiza «cuatro o cinco veces al día».

Pero a esas tareas básicas ha sumado otras en el último mes por voluntad propia: «voy a la farmacia a diario a por medicinas o a hacer pequeñas compras al supermercado», explica. «No me cuesta. La media de edad en el edificio es de 60 años. Hay algún niño, pero la mayoría son personas mayores y temen contagiarse, así que aunque las compras grandes se las manden a domicilio, las cosas diarias o pequeñas las hago yo para echarles una mano», dice.

También recoge y desinfecta todos los paquetes que llevan los mensajeros antes de entregarlos él a cada vecino: «muchos casi no los quieren tocar por miedo al contagio, así se lo facilito», dice.

Ninguna de esas últimas tareas entran en sus cometidos, pero piensa mantenerlas mientras siga la recomendación de no salir de casa. «Es momento de echar una mano y no me cuesta hacerlo», dice. Pero agradece las muestras de cariño en forma de mensajes de los vecinos: «es una forma de saber que valoran e trabajo que estás haciendo y que estás haciendo algo más de lo que te corresponde», asegura.