Partieron, con todas las dudas del mundo al tiempo que con ganas de salir adelante, en el buque Aquitame, desde Gibraltar, el 11 de julio de 1920. «Tardaron 18 días en llegar al puerto brasileño de de Santos, en el estado de Sao Paulo», cuenta Gerardo Hierro, descendiente de una de las 20 familias que, hace 100 años, viajaron al país sudamericano para huir de la pobreza del norte extremeño, «comprar un trozo de selva» y fundar su propio pueblo, al que llamaron Mangaratú. La mayoría era de Torrecilla de los Ángeles, en plena Sierra de Gata, pero también puede que los hubiera de Hernán Pérez, Villanueva de la Sierra, Pozuelo o Villa del Campo, todos ellos del entorno.

Hierro se ha afanado durante los últimos meses en recopilar datos de aquella centenaria aventura y, al igual que otra persona en Brasil, no descarta hacer un libro. Y es que tiene mucho que contar. «La lucha en la selva fue un infierno», le aseguran. En 1912, ocho años antes de que las familias extremeñas emigraran, otros lo habían hecho en el vapor San Giovanni, en una expedición con 556 españoles, 8 portugueses y dos turcos que les dejaría en diferentes enclaves americanos, entre ellos Argentina o Uruguay también.

«Algunos se les ha perdido el rastro. Estarán repartidos por Brasil», cuenta el metódico relator de historias, histórico impulsor del deporte en el centro educativo y club cacereño Diocesano, un carismático personaje imbuido en los recuerdos de sus orígenes en lo que es una ocupación placentera en su jubilación. «Este año se celebra el centenario, pero no se ha podido hacer el encuentro programado debido a la pandemia, pero ya se ha puesto fecha: el 10 de julio de 2021. Estamos invitados», dice orgulloso. Desde 1993, «cada cierto tiempo», se reúnen en una fiesta en el pueblo fundado por Rosendo Galán y se calcula de llegan a juntarse más de 400 descendientes de Torrecilla de los Ángeles. Flavio Galán es el impulsor principal de estos encuentros, sin duda de formidable carga emocional.

Tributo familiar. / CEDIDA

Tristeza

Tristeza«Fue muy triste para más de 20 familias de Torrecilla. Fueron en busca de las Américas para trabajar en el campo. Era lo que habían hecho todo la vida, cuando lo había, y la única riqueza que tenían era una caterva de hijos que vivía en unas casas-corrales con el ganado. La propuesta era huir de la miseria y la pobreza buscando trabajo. Los pueblos de la zona estaban igual: vivían los que tenían fincas riqueza y los demás nada», explica Hierro con emotividad.

«La partida fue un llorar de todo el pueblo, que perdía un tercio de su población. Unos eran familiares y otros no se atrevían a salir a una tierra tan lejana. Torrecilla perdía más de 20 familias con muchos hijos, a los que con seguridad no volverían a ver», agrega.

Los casos eran tremendos. Entre las familias que emigraron estaba la de Rosendo Galán, una especie de líder al que terminaron llamando ‘el patriarca’. Rosendo tenía siete hijos y su hermana Antonia la friolera de once. El cabeza de familia se había ido en 1912 con los hijos mayores y trabajando en fincas de terratenientes del café durante varios años y después en la construcción del ferrocarril. «Consiguieron ahorrar y compraron una extensión de selva y fue entonces cuando pidieron a sus familias que se pusieran en camino a Brasil para ayudarles a desbrozarla y hacerla cultivable». Una vez lo lograron, «con pocas herramientas», fundaron el pueblo de Mangaratú, cerca de las ciudades de Nova Granada y San José de Río Preto.

Brasil necesitaba mano de obra y el trabajo era abundante: de hecho el gobierno del país envió pasajes gratuitos para los familiares. De todo ello se conservan recuerdos de incuestionable valor sentimental.

«Es difícil imaginar el encuentro de esos padres con sus mujeres e hijos después de ocho años sin verse. Debió ser imposible de describir. Las lágrimas, besos y abrazos debieron ser interminables», dice Hierro.

Torrecilla de los Ángeles-Mangaratú, dos destinos y una historia para la emoción y para el recuerdo. Historias de la emigración extremeña en el otro confín del mundo.

Mangaratú, en la actualidad. / CEDIDA