Desde el umbral veía la vida pasar cuando era niño. Pero apenas me sentaba en el umbral de mi casa. Cuando era niño, si estaba en mi casa, estaba dentro de casa, en el patio o en el huerto, con papá y mamá, con Ismael, mi único hermano por aquel entonces, o con mis amigos Fernando y Jorge... pero no en el umbral. Sin embargo, en casa de mis abuelos, en casa del abuelo 'moreno' y la abuela Hermelinda , sí que acostumbraba a sentarme en ese escaloncito a la realidad, en ese territorio a caballo entre el hogar y la calle que es el umbral. Cuando hacía buen tiempo, me sentaba al fresco, acompañando a mi abuelo, y veía la vida pasar ante mis ojos, mientras el abuelo me enseñaba esas cosas que sólo se pueden aprender de los abuelos, con la espontaneidad y sencillez de la palabra hablada pero con la profundidad que da la experiencia y la limpieza de corazón.

Recuerdo escuchar atentamente al abuelo. Aún hoy, me veo observándolo ensimismado, mientras liaba y prendía el cigarrillo sin dejar de hablar. No se me olvidará nunca como, en aquel umbral, asistía a las clases de ese gran maestro de la vida que fue el abuelo para mí. Y recuerdo como la conversación iba acompañada de cachitos de tocino con 'miajón'. El me los picaba bien chiquititos mientras yo me los comía como el canario que picotea el alpiste. Aquello me sabía a gloria, porque el producto era bueno, de casa, de la matanza del año, sí, pero sobre todo porque me lo daba mi abuelo y me lo comía a su lado.

Me sigo viendo con él, ya umbral adentro, en mi casa, en el huerto, sacho en mano, revolviendo la tierra mientras él abría y cerraba las regaderas, los surcos en el suelo, que empapaban los lomos donde había sembrado matas de tomates, pepinos, calabacines, berenjenas, pimientos...

CUANDO las matas se cargaban de frutos, llenaba sus cubas de goma y las llevaba a casa para hacer el reparto: más de un tercio de la cosecha para nuestra casa, más de otro tercio para la de mi tía y lo que sobraba, para la abuela y para él, cuando la abuela Hermelinda vivía; luego, nada para él, todo para sus hijas y sus nietos. El que parte y reparte, en este caso, se llevaba la peor parte. Pero se colmaba de felicidad repartiendo lo que había criado para nosotros. Verduras y hortalizas de calidad, sin curas de herbicidas, pesticidas, ni nada de nada. Productos feos de apariencia, pero sanos y ricos. Lo que ahora llaman una huerta ecológica, lo que los que somos de pueblo conocemos como huerta a secas, sin adjetivos.

Ya siendo algo más que un niño, seguía mirándolo a los ojos, mientras, desde su silla en nuestra cocina, relataba sus historias de vida. Cuando trabajaba para la familia de los Porreto , para la casa de Emiliano , cuando estuvo en los pinos en el Valle de Arán, en la mili en Campamento, en la fábrica de la uralita, en los pozos en Bañeres de Mariola, en los hospitales operándose o acompañando a familiares. Hablaba sobre lo vivido, de siegas y cosechas, de vendimias y recogida de aceitunas, de ir al monte a buscar un haz de leña para venderlo cuando no había otra cosa, de su cachito de viña y la barraca, sobre lo vivido con el fulanito y el menganito, el zutanito y el perencejo, por sus nombres y con sus motes.

Tenía una memoria, una intuición e inteligencia de vida colosales. No pudo estudiar, salvo lo mínimo --unas letras y echar las cuentas-- porque fue un niño que quedó huérfano de padre y tuvo que tirarse al campo desde bien chiquenino, a los 7 o así, a hacer lo que podía y aprender de los mayores. Tuvo que crecer rápido y pelear toda su vida, trabajando de sol a sol, como él decía. Era un hombre recio, fuerte, pero de esos que cuando sonreía te transmitía su alegría. Aunque no era un hombre de grandes carcajadas y aspavientos, cuando cierro los ojos, lo veo sonriendo, porque, cuando sonreía, lo hacía de verdad.

La semana pasada nos dejó. Por eso no estuve en este umbral desde el que comparto mis letras con ustedes. Estuve en el pueblo, diciéndole adiós, recordando aquel umbral donde tanto aprendí, al aroma de su tabaco Celtas, saboreando los trocitos de tocino con 'miajón', pensando en lo afortunado que he sido por haberlo conocido y haber compartido tantos momentos con él. Me queda ese consuelo, y el de saber que allá en el Cielo estará junto a su compañera, a la que más quiso, a mi abuela Hermelinda.