Sor Rosa no se da cuenta pero la sonrisa pacífica le dibuja el rostro. Es la misma --más joven-- que pinta a sor Clara. Ambas lucen la alianza que les une a la congregación y por si no quedara claro su compromiso, esta última lleva un rosario prendido al hábito. Con una apariencia apacible, de alegría contenida, postura aprendida de manos cruzadas sobre el regazo y color oscuro reciben a este diario que interrumpe sus tareas de la mañana --les tocaba planchar-- . Un paso más allá del torno, reina el silencio más absoluto. Solo queda interrumpido por la lluvia. Las puertas del convento de clarisas de Santa Ana de Badajoz durante unas horas para EL PERIODICO EXTREMADURA y las dos hermanas reciben a este diario en el aula, una sala con pupitres de colegio y un crucifijo por pared. Hace tiempo que abandonaron el tratamiento de hermana y prefieren llamarse por el nombre de pila --excepto las mayores, matiza sor Clara-- . Son demasiadas horas en la misma realidad y bajo el mismo techo.

Una sobrepasa los cincuenta y la otra los roza con los dedos. Son veteranas. Llevan más de veinte años entre las paredes del monasterio. Como cada día se han levantado al alba, llevan más de seis horas en pie cuando las saluda este rotativo. Ya han rezado, desayunado, vuelto a rezar y hasta el rezo de antes de comer se organizan para desempeñar las tareas y mantener el monasterio en pie. Cada una tiene una tarea asignada. La única puerta abierta al público es el obrador, una de las vías de ingresos del convento --afirman que con lo que sacan de la venta de dulces no es suficiente--, aunque se encuentra tapiada al acceso de miradas curiosas.

Así, confinadas por voluntad propia en las paredes del monasterio, las dos religiosas, que como tantas otras, dedican su vida a la contemplación acumulan una jornada rutinaria y marcada por los horarios, impensable para muchos. La espiritualidad centra el lema de su condición ora et labora y pasan tres cuartos de su día a día entre rezos. Incluso cuando tienen 'tiempo libre' la orientación de las tareas que les resultan atractivas pasan por la vía religiosa. A las 6.30 horas de la mañana fijan su primera oración del día. Sin bostezos. A ninguna le supone un problema madrugar. "Me cuesta más trasnochar, quedarme hasta tarde haciendo cosas", asevera sor Rosa. Casi dos horas después desayunan y dedican la mañana a mantener su casa adecentada y a amasar los deliciosos pasteles de los que aseguran, no llegan a probar ni uno. "Solo nos comemos los quemados", apostilla una de las religiosas. Los buenos quedan a disposición de los clientes que coinciden en que tienen un sabor especial. A este supuesto, Sor Clara asegura que la única clave del sabor es que solo usan productos naturales. "Las responsables nos cuentan que el secreto está en batir bien", concluye. Menos mal que a alrededor de las 14.00 horas comen. Hoy tienen arroz blanco y huevos fritos. Pero antes, vuelven a reunirse al toque de campana para el rezo de las 13.30 horas. Para sorpresa de muchos, las religiosas también echan la siesta. Hasta las 16.00 horas que regresan al rezo, las monjas disponen de horas de silencio mayor para recrearse en echar una cabezada. Otro tañido de campana despierta a las dormidas y las devuelve al coro. Una de las curiosidades de las clarisas de Santa Ana es que sus rezos y sus misas son cantadas. Y como en cualquier casa, no se libran de algún desafine. "A todas nos dan clases de entonación, pero con algunas no hay manera, asi que la invitamos con cuidado que cante más bajito y ya está", añade sor Rosa sobre esta cuestión.

Entre la carcajada que resuena tras la graciosa polémica del desafine, resumen como desde primera hora de la tarde hasta la hora de cenar --las 20.30 horas-- pasan entre la oración y la misa. Más tarde, se sirven un recreo de postre, o lo que ellas mismas califican, un tiempo de relación fraterna y a dormir. Repiten como una maquinaria este proceso día, semana, mes y año. "Es duro mantener el ritmo", añade una de las inquilinas del monasterio sobre la realidad cotidiana de rutina. Ambas aseveran que hay momentos de flaqueza, pero las dos coinciden en que el aburrimiento no pasa por su cabeza.

Aunque proceden de contextos y países diferentes, sor Rosa es de Badajoz y sor Clara de una ciudad de Colombia, curiosamente comparten testimonio de vida. La primera tenía aspiraciones en el canto lírico, de hecho, frecuentaba los círculos de Monserrat Caballé y la segunda, licenciada y con una relación, aspiraba a ejercer. Las dos proceden de una familia de tradición religiosa, coincidieron en que su vida no les llenaba y ambas recibieron la negativa de sus padres cuando les comunicaron que querían dedicarse a la vida contemplativa. "Mi padre llegó a decirme que me pagaba cualquier carrera, estuvo dos años sin atender a las llamadas", asevera la religiosa latinoamericana. "Los padres se proyectan en sus hijos y es difícil aceptar algo así", añade. Pero poco a poco dieron su brazo a torcer y lo asumieron. Mientras ellos lloraban al principio, sus hijas eran felices.

MONJAS 2.0

Aunque ajenas a la calle --no al mundo--, las clarisas se adaptan a los nuevos tiempos. Tienen página web. "Esa mentalidad de convento cerrado ya no existe", manifiesta sor Rosa. Apuntan que el rechazo generalizado de la juventud hacia la religión reside en que "se ha presentado mucho tiempo a un dios justiciero". Pero añaden que poco a poco también se rompen esos prejuicios y la iglesia "abre su lenguaje de aceptación".

Aún así, siguen sin ver con buenos ojos programas como Quiero ser monja . Opinan que la vida de una religiosa contemplativa es "muy aburrida" para un es

pectador y que los elementos que añaden para hacerla atractiva en televisión y lograr audiencias se alejan de la realidad de los monasterios.

DE POLONIA A KENIA

Las dos comparten día a día con otras 23 hermanas --la más joven de 26 años y la más anciana de 94--. Concretamente, en el convento de Santa Ana conviven españolas, colombianas, peruanas, polacas y una keniata, pero el abanico de nacionalidades es amplio y a Extremadura llegan también vocaciones de Perú, México, Nicaragua y Tanzania.

Según las cifras que manejan los obispados, en la región hay 379 religiosos y religiosas de clausura (374 mujeres y 5 hombres) de los 10.889 que hay en 865 monasterios de España. Están repartidos en diez congregaciones: Agustinas, Carmelitas, Clarisas, Concepcionistas, Dominicas, Franciscanas, Jerónimas, Obra del amor, Los Angeles y monjes Paulinos. Habitan en 31 conventos. La archidiócesis de Mérida-Badajoz regenta 13 monasterios y alberga 170 religiosas, la diócesis de Coria-Cáceres hace lo propio con 7 conventos y 93 monjas. Por último, el obispado de Plasencia gestiona el único convento masculino con 5 religiosos y 10 monasterios femeninos con 111 religiosas.