El estado de alarma también confinó a los muertos en la soledad de sus tumbas, que sus familiares no han podido visitar en más de dos meses. Durante este tiempo las flores frescas de los jarrones se habían marchitado y la vida en estos recintos de recogimiento se había limitado a los funerales de reducida compañía.

En estas largas semanas para quienes sienten el dolor de los ausentes, ha habido personas que se han acercado con flores a las puertas del cementerio de San Juan (el viejo), en Badajoz, rogando al funcionario que las dejasen entrar un momento a depositarlas junto al nicho de un ser querido, del que ese día se acordaban especialmente por ser una fecha señalada. No ha habido excepciones, contaba Manuel Olivera, uno de los operarios municipales que trabaja en este recinto, que nunca antes había conocido tanta soledad.

Este jueves por la mañana, el primer día de la reapertura, el cementerio viejo ha recibido un centenar de visitantes que han devuelto sus pasillos y rincones a la vida. Antonia Ortiz no ha podido reprimir las lágrimas cuando este diario le ha preguntado a quién visitaba. Ha acudido con su nuera, ambas con ramos de flores y mascarillas, para acercarse a la tumba de su padre, que falleció hace cinco meses, y de su marido, que murió hace un mes.

Aquel día lo despidieron tres familiares. «Ha ocurrido en estas fechas tan malas, no murió de covid, pero es lo mismo, porque el protocolo es para todo el mundo igual», se lamentaba Antonia.

Antes de este paréntesis, había personas que acudían casi a diario a los dos cementerios de la ciudad, otros muchos todos los domingos, «y estaban con la ansiedad de volver», ha apuntado Emilio Romero, otro de los trabajadores. Cuando el de San Juan ha abierto sus puertas a las ocho de la mañana, ya había personas esperando impacientes. El recinto ha permanecido este tiempo cuidado con espero, con sus calles limpias y jardines verdes y floridos, aunque muchas de las primeras visitas han llegado dispuestas a limpiar la poca suciedad acumulada en las lápidas y reponer las flores.

En la entrada, una valla separa el carril de entrada y de salida, pero el primer día ha sido innecesaria, porque los visitantes han llegado de manera espaciada. Sobre un soporte, un bote de gel hidroalcohólico invita a limpiarse las manos. En el muro de acceso, un cartel anuncia las normas, entre ellas que las visitas se limitan a 20 minutos. «Eso es relativo, porque si una persona tiene que ir a varios nichos, no podemos estar con un cronómetro, porque esté cinco minutos más o menos, estamos pendientes de que no estén demasiado tiempo, sería distinto si hubiese masificación», ha explicado Emilio Romero. El aforo en el cementerio viejo se ha limitado a 2.084 personas. Este jueves no han tenido que llamar la atención a nadie.

Esperaban más gente, pero suponen que durante el fin de semana habrá más. «Llevan toda la semana llamando por teléfono preguntando cuándo abríamos, porque para muchos es un diario». Y esos que acudían cada día, han sido los primeros en volver el primer día, además de aquellos que han perdido a familiares de manera más reciente.

María del Mar Ortíz ha acudido con su prima Nazaret a colocar flores a su abuelo, que murió en diciembre, y a su tío, del que el sábado se cumple un mes de su fallecimiento y cuyo funeral fue «muy triste, lo estamos pasando fatal a día de hoy y era la oportunidad de poder venir a desahogarte un poquito». Al entierro solo pudieron asistir su mujer y sus dos hijos. «Somos una familia muy unida y estábamos deseando poder venir a verlos», ha añadido Nazaret. Antes de esta crisis, ambas acudían dos veces en semana al cementerio.

También Emma y Jorge han ido a visitar a su abuela y a su madre, respectivamente. Solían ir al cementerio en fechas señaladas, como Navidad o aniversarios. No pudieron esperar más y el primer día han acudido a ver sus tumbas.

Julia Fernández ha cumplido un compromiso. Este jueves hubiese cumplido 88 años su marido, Virgilio Becerra, que falleció en el 2008 y ha ido al cementerio a llevarle flores, un ramo de claveles blancos («sus nietos y sus bisnietos), y a cambiar las de tela que colocó el día de los Difuntos y que ya habían perdido el color. Julia aprovechó para limpiar la lápida, «que estaba de pena». Virgilio hijo no suele ir al cementerio, pero ha querido acompañar a su madre, que es la que sí tiene esta costumbre cada dos semanas «y durante este tiempo lo ha echado mucho de menos».