La crisis sanitaria se ha cebado especialmente con los centros de mayores de la región. 69 han registrado contagios desde el inicio de la pandemia y de las 504 personas que han fallecido en Extremadura, casi el 90% vivía en una de estas residencias. El miedo a que sus padres o abuelos se infectaran ha inquietado desde el principio a las familias. Por eso, prácticamente desde que se prohibieran las visitas en los geriátricos, el pasado 11 de marzo, han solicitado a la Consejería de Sanidad, al Servicio Extremeño de Salud (SES) y al Servicio Extremeño de Promoción de la Autonomía y Atención a la Dependencia (Sepad) que les permitiera sacar a su familiar del centro en el que estaba. Era una forma, decían, de frenar los contagios.

A esto se une además la soledad en la que viven estos mayores, que ha provocado en muchos de ellos cuadros de ansiedad y depresión, en muchos casos aparejada de pérdida de apetito (algunos se han negado a comer). Llevan encerrados durante dos meses en una habitación de escasos metros, sin televisión y sin nadie con quien hablar. Las únicas personas que ven a lo largo del día son los enfermeros y auxiliares que les reparten las comidas (también las hacen en sus dormitorios) y que controlan su estado de salud. Las comunicaciones con sus familias han sido (y siguen siendo) escasas; en muchos casos se limitan a una llamada a la semana. Han pasado de ver casi a diario a los suyos a no saber nada de ellos. Y muchos, a pesar de que se les explica la situación, no entienden lo que ocurre. «La tristeza también se los lleva», han denunciado en más de una ocasión los familiares. Los mayores se sienten abandonados. Y sufren. Mucho.

Todo cambió el pasado 30 de abril, cuando el consejero de Sanidad, José María Vergeles, firmó una instrucción por la que se permitía a estos mayores salir de su aislamiento para marcharse a vivir con sus familiares hasta el final del Estado de Alarma. Desde entonces han sido 16 las familias las que lo han solicitado. A todas se les ha autorizado. Los mayores ya están en casa. Todos han sido sometidos a una prueba PCR para descartar el contagio, si dan positivo no podrán abandonar la residencia. Fue el caso de la primera familia que presentó la solicitud en la región. El test reveló que la mujer estaba infectada a pesar de ser asintomática, pero hace unos días se le volvió a repetir la prueba y dio negativo. También está ya en casa. Los usuarios tienen la obligación además de seguir pagando las cuotas mensuales para reservar la plaza. Y tendrán que regresar cuando se levante el Estado de Alarma. Se les darán tres días de plazo. Mientras tanto, disfrutan del cariño de los suyos.

«Cuando fuimos a recogerla la abracé, no pude resistirme»

JULIANA ANTEQUERA. Ha sacado a su madre de 95 años

Cuando los hijos de Victoria Plata (95 años) tomaron hace unos diez meses la difícil decisión de llevar a su madre a una residencia nunca pensaron que podría regresar a casa. Juliana Antequera y sus dos hermanos estuvieron durante cuatro años cuidándola por turnos, cada uno en sus domicilios, hasta que la situación se hizo insostenible. Sus cuidados requerían una dedicación que ellos no podían prestarle en sus viviendas, dado que se encuentra en silla de ruedas y sus domicilios no están adaptados.

Victoria ha pasado por varios centros, hasta que hace cuatro meses ingresó en la residencia El Cuartillo de la capital cacereña (conocida como la Asistida), la más castigada por la pandemia (acumula 75 muertos y 176 contagios). Por suerte nunca se llegó a infectar pero su familia vivía con miedo. «Morirse se tiene que morir por la edad que tiene pero allí están solos», dice Juliana Antequera, una de sus hijas (tiene dos hijas y un hijo).

Iban todas las tardes a verla y no volvieron a tener contacto desde el 11 de marzo. Asegura que pasaron más de un mes sin tener información sobre ella. Lo poco que sabían se lo filtraban trabajadores de allí. Después comenzaron las videollamadas, de poco tiempo y como máximo una a la semana. «Cuando hablábamos con ella nos decía que fuéramos a recogerla. No entiende lo que está ocurriendo», añade. «Lo hemos vivido con mucha pena».

Nada más enterarse de que se permitiría a los familiares sacar a los mayores de las residencias, remitió un correo y se lo autorizaron. Victoria se sometió al test, dio negativo y a los tres días estaba en casa de su hija Juliana, en Sierra de Fuentes (Cáceres). Se llevó una sorpresa cuando fueron a buscarla. «Le tuve que dar un abrazo porque no me resistí», recuerda. A Victoria se le ve contenta en casa. Sale al patio, ve la luz del sol. Ahora sonríe.

«Teníamos miedo de que se contagiara y no volverla a ver»

TOÑI JORRILLO. Se ha llevado a su madre de 87 años

A mediados de marzo fue la primera vez que Toñi Jorrillo y sus hermanos solicitaron formalmente sacar a su madre, María Carvajal (87 años), de la residencia El Cuartillo de Cáceres (Asistida), donde vive. Habían pasado solo unos días desde que se prohibieran las visitas por el inicio de la crisis sanitaria y no sabían cuándo iban a volver a verla. Envió hasta dos escritos pidiendo una autorización, pero se la denegaron. Cuando el consejero de Sanidad, José María Vergeles, anunció que iba a permitir a los familiares llevarse a los mayores a sus domicilios, fueron de los primeros en volver a solicitarlo. Esta vez sí se lo aceptaron. Su madre lleva en su casa, en la localidad cacereña de Torrejón el Rubio, desde el 9 de mayo.

«Teníamos miedo de que se contagiara y no volverla a ver más», reconoce Toñi, que ha vivido, como sus hermanos, estos dos meses con una angustia indescriptible. Dice que los primeros días después de que se cerrara el centro, seguían hablando con su madre casi a diario, hasta que la situación se descontroló en la residencia y las comunicaciones se interrumpieron. «Llamábamos para preguntar pero nos decían que no nos preocupáramos, que si no nos llamaba el médico era porque no pasaba nada. A mí me temblaba todo cada vez que sonaba el teléfono». Temía que fuera de la residencia para darles una mala noticia.

Dice que su madre siempre ha estado bien cuidada y atendida en el centro. Y de hecho agradece su labor al personal sanitario que allí trabaja y a los que les proporcionaron de forma altruista medidas de protección, pero dada la situación que se vivía (y aún se vive) en esta residencia de la capital cacereña, era imposible no sentir miedo. Desde que está en casa han recuperado la tranquilidad. Y la alegría, nunca pensaron que la vida les iba a volver a dar la oportunidad de disfrutar así de ella. «Pensaba que a lo mejor no la iba a volver a ver. Tenerla a nuestro lado para nosotros es una alegría tremenda y ella, cuando está bien, disfruta también de nosotros».