Carmen Solbes pasea cabreada por las parcelas de almendros que ha trabajado durante 30 años en Guadalest, Alicante. El suelo está lleno de trocitos de madera: a eso quedaron reducidos los 140 árboles que trituraron hace un par de meses. Fueron las primeras víctimas de la xylella fastidiosa en la península. Es la zona 0 del foco peninsular. No se sabe cuándo llegó la bacteria, aunque al parecer lleva aquí bastantes años, enmascarando sus efectos con los de la sequía. Tampoco se sabe cómo llegó y no hay consenso sobre cómo frenarla, pero todo el mundo asume ya que el ébola de los olivos ha llegado para quedarse, aunque sea reencarnado en la enfermedad que seca los almendros de tres comarcas alicantinas.

«La bacteria está aquí para quedarse. Hay que llegar a un escenario de convivencia, como con otras plagas», explica Elena Cebrián, consellera de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural de la Generalitat Valenciana. Para alcanzar ese «equilibrio», Cebrián avisa de que para que el foco no se descontrole harán falta mano firme, tiempo y dinero. No hay consenso sobre cómo frenarla, pero todo el mundo asume ya que el ébola de los olivos ha llegado para quedarse.

Plan frenado

En la aplicación del plan europeo se centra ahora mismo un debate que ha llegado a los juzgados por la controvertida obligación de triturar, en 100 metros a la redonda desde el foco, todas las especies susceptibles de albergar la bacteria. Una medida a la que se oponen los afectados y organizaciones agrarias.

Solbes dice que pagaron «el pato por ser los primeros». Fue su marido quien dio la voz de alarma hace casi un año. Avisó de una merma en la producción que nadie supo explicar inicialmente. Pero cuando el hombre vio un programa de La 2 sobre la crisis de los olivos italianos, identificó inmediatamente el problema. Unos meses después, los análisis le dieron la razón y estrenó el plan de contingencia. Primero, fumigar la zona para tratar de matar el vector que transporta la bacteria y crear una zona tampón de 10 kilómetros de la que no se puede sacar material susceptible provocar contagio. Después, triturar todas estas especies que estén a 100 metros del foco, y eso incluye los árboles sanos.

Rapidez

«Fue sí o sí en 15 días, no se pudieron ni esperar un mes a la cosecha. Hemos perdido los 3.000 euros de la cosecha y los árboles, que eso es para toda la vida», lamenta Solbes, que pide también que se aclare cuanto antes la fórmula para las indemnizaciones y que se tengan en cuenta todas las variables, incluido el efecto que puede tener sobre el turismo una tala masiva en estos valles. «Dicen que hay que aprender a convivir con la bacteria, pero por eso no es congruente talar sanos», apunta.

En la zona muchos no quieren hablar. Un afectado que lleva meses estudiando a fondo la situación accede a hacerlo anónimamente para apuntar que la solución más eficaz «sería distribuir con avionetas un insecticida granulado que se active con la lluvia». «Pero no creo que se permita», añade. En cualquier caso, subraya que hay que encontrar un químico eficaz. Y si un juez ha estimado oportuno paralizar la entrada en un campo, ¿qué pasará -se pregunta- cuando un propietario de una casa se niegue a que talen el almendro de su jardín? Así no hay forma de erradicar, asegura. «Los agricultores no quieren ver que si está infectada la plantación se va a morir. Exigen algo que no tiene sentido», apunta. Y recrimina a la Administración que no sea capaz de capturar al Philaenus spumarius, presunto responsable del traslado de la Xylella. «En cuatro o cinco años no va a quedar ni un almendro en la zona», augura pesimista.