Cada vez es más frecuente ver en la región largas hileras de olivos en setos, colocados a escasa distancia unos de otros. Las plantaciones de olivar superintensivo, que multiplican varias veces la rentabilidad del sistema tradicional gracias a la mecanización y a la innovación tecnológica, han experimentado un crecimiento muy significativo en los últimos años en la comunidad autónoma, un auge que está transformando el paisaje del regadío extremeño, del que el olivo es ya el principal cultivo. Supera las 58.000 hectáreas, pasando al maíz (unas 51.000).

Según datos facilitados por el Centro Tecnológico Nacional Agroalimentario Extremadura (Ctaex), a partir de información del Ministerio de Agricultura, en el 2018 el ritmo diario al que se ganó superficie de olivar en la comunidad autónoma fue de 14,6 hectáreas. En un solo ejercicio se sobrepasaron las cinco mil de crecimiento y ya se alcanzan las 283.000. Buena parte de este auge se ha producido gracias al olivar intensivo y superintensivo que, conforme a las estimaciones de la Junta de Extremadura, prácticamente ha duplicado su número de hectáreas en apenas cuatro años, y ocupa en torno a cinco mil.

La comparativa de las cifras de explotación explica bien a las claras por qué este es un sistema de producción tan atractivo. En un olivar superintensivo lo normal es tener entre 1.900 y 2.000 árboles por hectárea —aunque ya se está ensayando con hasta 3.000— con los que pueden obtenerse entre 1.300 y 1.500 kilos de aceite. En el caso de los marcos intensivos, son unos 600 olivos los que se plantan por hectárea, con un rendimiento de entre 1.000 y 1.300 kilos de aceite. Números que, en ambos casos, están a años luz del cultivo tradicional, en el que la disposición de árboles por hectárea baja a entre 150 y 300, con una potencialidad productiva de aproximadamente 300 kilos. Mucha mayor productividad pero, además, unos costes muy inferiores —por debajo de la mitad—, derivados de la menor necesidad de mano de obra.

ÉPOCA (PASADA) DE BUENOS PRECIOS / A esta expansión, que se ha replicado también en otras comunidades autónomas, ha contribuido especialmente el que «El aceite ha tenido una serie de años en los que ha funcionado muy bien en precios. A nivel mundial no ha habido excedentes, y eso ha hecho que hayan sido muy buenos», señala José Pino, gerente de la Cooperativa La Unidad, de Monterrubio de la Serena. Se han llegado a enlazar, destaca, tres años por encima de los 3,5 euros por kilo.

Esta evolución al alza se frenó a partir de la mitad de la campaña pasada, cuando las buenas previsiones de producción hicieron que se empezase a perder precio. Con todo, el nivel actual —por encima de los dos euros y medio— sigue siendo suficientemente interesante para el superintensivo, en el que los costes de explotación están en torno a un euro. Pero no para el tradicional. De hecho, hace solo dos días miles de olivareros se echaron a la calle en Sevilla para pedir unos precios justos. A ellos, denuncian, les cuesta 2,7 euros producir un kilo de aceite. Y ayer mismo, el secretario general de UPA-UCE Extremadura, Ignacio Huertas, reclamó que se garantice la supervivencia del sector, especialmente de las explotaciones tradicionales, y no descartó participar en movilizaciones a nivel nacional y organizar acciones de protesta en la región.

Además, hay otros precios que también han jugado a favor de los métodos intensivos: los «de ruina» que «desde hace muchos años» padecen cultivos tradicionales del regadío extremeño como maíz, arroz, fruta, o tomate, lamenta Juan Moreno, presidente de COAG Extremadura. Del tomate, explica por ejemplo que ahora mismo «está cotizando 25 euros por debajo que en Italia la tonelada». «Plantar una hectárea de olivar vale 2.000 o 3.000 euros más que una de tomate, pero la de tomate la tienes que plantar de nuevo todos los años», aduce.

Moreno recela de que tras buena parte de estas nuevas hectáreas superintensivas estén fondos de inversión, algunos de ellos «de fuera del sector». «Eso tiene un enorme peligro, porque igual que llegan se van», esgrime. Al mismo tiempo, incide en la repercusión negativa que tendría en «las 250.000 o 260.000 hectáreas de olivar tradicional» que hay en Extremadura un aumento de las prácticas «especulativas» de la gran distribución». La mayor parte de estas nuevas plantaciones se está haciendo con la variedad arbequina, cuyo aceite resiste menos tiempo antes de perder propiedades. «La gran distribución quiere aceite barata. Una hectárea de olivar superintensivo cuando está en plena producción genera lo que quince del tradicional teniendo buena cosecha», arguye. «Esto fomenta la especulación en el sector distribuidor porque lo que quiere es producto barato. No se mira la calidad», sostiene.

«Es un aceite bueno, el arbequino, pero con muy poca estabilidad», agrega por su parte Pino. «Cuando se produzca mucho no sé si el mercado va a ser capaz de consumir tanto. Quitar lo que es nuestro para poner otras cosas, que nos sabemos si el consumidor estará dispuesto a aceptar...», deja en el aire.

No obstante, en opinión de Pino, el mayor inconveniente que presenta este crecimiento es el daño que puede acabar haciéndole a los sistemas tradicionales por la vía de los costes, al empezar a cubrirlos mucho antes. «El primer hándicap que nos vamos a encontrar con la llegada de este cultivo es que va a expulsar, o al menos va a hacer tambalearse mucho, al olivar de secano», augura. «Un cultivo del que la gente vive y ha vivido siempre aquí», resume. Porque, tiene claro, el olivar superintensivo «ha venido para quedarse».