El Papa, Berlusconi, Felipe González y el emergente político británico Nick Clegg. Con tan heterogéneo cuarteto de dirigentes compartió ayer José Luis Rodríguez Zapatero mesa o mantel en Roma y Madrid en una maratoniana jornada cuyos mensajes más rotundos le llegaron, paradójicamente, de un compañero de partido. El expresidente del Gobierno español se declaró "más próximo y más disponible" que nunca ante los momentos de dificultad e impartió una lección magistral de cual debería ser, a su juicio, el mensaje socialdemócrata ante la crisis. Tres frases lo resumen: "no vale hablar solo de derechos, hay que hacerlo también de las obligaciones", "a lo mejor es progresista decirle a la gente que hay que trabajar más y mejor" y, ahí es nada, algo que parece obvio, pero que suena a crítica: "hay que explicar las cosas como son".Presidente y expresidente se sentaron juntos en el Congreso ante centenares de parlamentarios y exparlamentarios socialistas. Se trataba de celebrar el centenario del día en que el primer y entonces único diputado socialista, Pablo Iglesias, entró por vez primera en el edificio de la Carrera de San Jerónimo. Era la excusa de un encuentro, cuyo objetivo era hacer piña en momentos difíciles. Antes, otros ilustres dirigentes del felipismo, como Alfonso Guerra, Gregorio Peces-Barba y José Bono ya ha- bían acudido a otro acto donde este dijo que la obligación de todo socialista es apoyar al Gobierno, "ante los micrófonos, en los bares, en la calle" y donde sea.LA "DEPRE" Los socialistas se lamieron las heridas y se dieron un baño de autoestima. Felipe lanzó su oferta de disponibilidad, significativa cuando se habla del reingreso en el Gobierno de destacados felipistas. De ahí que también hiciera otra declaración de principios. "Cuando las cosas van mal, militancia pura y dura", proclamó. E instó a sus compañeros a sacudirse "la depre" y a trabajar más, "no para estar dos años más en el Gobierno, sino seis".Pero su discurso no fue el de un militante cualquiera, sino el del encantador de serpientes que dirigió España durante más de una década. Entre atronadores aplausos de la concurrencia, lanzó su breve pero clarividente ideario ante la crisis. "La calidad, la excelencia, trabajar más, es socialdemócrata", resumió. El único reproche explícito a Zapatero lo dirigió a los errores de comunicación en la gestión de la crisis. Censuró la "irresponsabilidad" del PP, por supuesto, e incluso a Alemania, por haber optado por un duro ajuste cuando aún tenía margen para políticas de estímulo. "Con la broma de Merkel, igual Europa vuelve al crecimiento negativo", advirtió.Un Zapatero que no pudo arrancar parecido entusiasmo agradeció a González el apoyo y le devolvió algunas de las críticas ("de depre, nada"). "Si hacemos bien la tarea las reformas del mercado laboral, el sistema financiero y las pensiones saldremos mejor que otros de la crisis", les dijo a los suyos.Unas horas antes había volado a Roma, donde celebró su primera audiencia en el Vaticano desde que Benedicto XVI es el inquilino del Palacio Apostólico. La visita recordó por su velocidad a la de un médico. Nada que ver con los tiempos en los que José María Aznar y su familia rendían pleitesía al Papa. A Zapatero solo le acompañaron su equipo habitual y el ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos. Y tras media hora de encuentro privado con el Pontífice y un tiempo similar con su número dos, Tarsicio Bertone, Zapatero se fue a ver a Silvio Berlusconi.No es de extrañar que la audiencia pasase sin pena ni gloria. Unos y otros salieron contentos. En el Vaticano, por constatar que la nueva ley de libertad religiosa no va a tocar el Concordato con la Iglesia católica. Y en la Moncloa por haber sorteado uno de los actos más incómodos de obligado cumplimiento de la presidencia europea.