Cuando se enteró de su diagnóstico, su hijo de cuatro años entraba con sus peluches por la puerta de su dormitorio. Mientras el pequeño daba los buenos días a Mercedes Nevado, como cada mañana, su oncólogo le comunicaba que tenía cáncer de mama con metástasis en los ganglios. Aquella llamada le partió en dos. El suyo es uno de los tumores menos comunes (el 20% de los de este tipo) y uno de los más agresivos. Entre lágrimas, se abrazó a su hijo como nunca y se prometió que iba a luchar por él. De eso hace tan solo cuatro meses y su vida ha dado un giro de 180 grados. Su médico le recomendó comenzar con un tratamiento novedoso a través de un ensayo clínico internacional en el que participa la ciudad de Cáceres. Y ahí está. Resiste.

El tratamiento ha hecho su mella en su físico. Le cuesta mirarse, lo cuenta en un pequeño relato que ha escrito para desahogarse, para mostrar cómo se siente. «Sola frente al espejo. Frente a mi reflejo. Otra vez. Me cuesta mirarme. Observo detenidamente la imagen que tengo delante, un rostro pálido, serio e inexpresivo. ¡Qué importantes son las cejas y las pestañas en una cara!», dice en el escrito. A diario luce un pañuelo o un gorro porque se le ha caído todo el pelo. Es incapaz de verse sin él, a pesar de que le recuerda su enfermedad a cada instante. Y se siente orgullosa de lo logrado hasta ahora, de haber superado «cada prueba previa al tratamiento, cada aguja que me mata y a la vez me da la vida».

Le gusta hablar abiertamente de lo que le ocurre porque cree que así puede ayudar a otras mujeres y normalizar lo que está sufriendo: «Es una forma de destronar a ese monstruo que tengo conmigo, de hacerlo visible, de hacerlo cotidiano. Tú vas a la frutería y yo voy a darme quimio. Un día normal en mi nueva vida», apunta. Y quiere reivindicar que el cáncer no es una lucha entre el paciente y la enfermedad. Cree que se hacen juicios erróneos que duelen a los que lo sufren. «¿Una persona que quiere curarse de cáncer lo hace y el que no, muere?, no. Sí se puede considerar una especie de lucha, pero no contra nada ajeno, sino contra uno mismo», reconoce. Una lucha, añade, «contra esa imagen del espejo distinta, contra todo lo que implica tener cáncer», porque hay que adaptarse y eso, no siempre es fácil.

La enfermedad le ha enseñado a vivir de otra manera. «Ahora sé que se puede, y a veces se debe, dejar para mañana lo que se puede hacer hoy, no tener prisa en levantarme si no me encuentro bien. Vivir sin prisas», asiente. Y valora más todo lo que tiene, un mito que para ella es una realidad: «Valoro cada rayo de luz que entra por la ventana cada día, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde; y si se pierde la salud, se pierde todo».