No es ni comedia ni tragedia. En una de sus obras parece monja, santa no es ¿Quién es? Ana Nuqui Fernández Méndez (Badajoz, 1982) no está ni a un lado ni al otro, es un verso suelto, uno libre que camina sobre las tablas como si hubiera nacido en ellas. Cuestiona, lo cuestiona todo, así es cómo se rompen cánones. Se pregunta por qué la Doña Inés del Tenorio tiene que ser como siempre han querido que sea. Los estereotipos no le interesan, ni las etiquetas, ni los conceptos estancos. Tan pronto interpreta a una madre intransigente como a una mujer que critica los roles que le ha impuesto la sociedad o se mete en el traje de Peppa Pig. Es la mujer orquesta. Compagina papeles mientras escribe, dirige, interpreta y arregla las facturas en Cíclica teatro, la compañía que creó hace dos años.

Nuqui se muestra sin máscaras. Ella se define como actriz y payasa. Su conversación representa la inocencia y la sensibilidad. Tiene un don, el de la empatía, el de las gentes. No es consciente de que conecta al instante las emociones de los demás y dice que su vida está rodedada de «casualidades». De hecho, la fortuna quiso es que sus padres se llamen Hipólito y Gertrudis, como el protagonista del mito Eurípides y la madre de Hamlet. Paradójicamente en su familia apenas hay resquicio teatral. Solo su padre agarra la guitarra de vez en cuando. Lo de su apodo artístico Nuqui también nació de otro golpe del azar. En un cartel de una obra que representaban en Extremadura la inscribieron como Ana Fernández y el público la confundió con la actriz sevillana que había ganado el premio Goya. «La gente esperaba a otra actriz y no era pero yo salí». Desde ese momento decidió tomar prestado el mote con el que le llamaba su hermana. Hasta de esa anécdota rescata un recuerdo positivo. «Vino alguien del público a decirme que había venido a ver a la otra Ana y me dijo: ha sido un placer encontrarte».

Tanto si es fruto de la casualidad o no lo cierto es que lo suyo es vocación. Ya de pequeña quería ser matemática y actriz. Y así fue. Estudió ingeniería técnica industrial pero le tiró más el escenario. «Siempre he sido muy teatrera». «Estudiaba en un colegio de monjas y salía a leer, participaba en todos los saraos, me gustaba que me vieran». A Valladolid se marchó a estudiar Arte Dramático y a Extremadura regresó años más tarde. Memé Tabares fue su primera maestra. Tras trabajar con compañías como Guirigai, Noctámbulo o Samarkanda, sintió la necesidad de «decir cosas». Y como nunca es tarde, a los 34 años en Cáceres Cíclica teatro. La oficina está en su casa de San Blas. En La fuerza de las frágiles habla de la maternidad y en Noña Inés, sobre la figura de doña Inés del Tenorio, que dirige Jonathan González y Marta Barroso se encarga del diseño gráfico y la fotografía, habla de la cosificación de la mujer.

Hoy vuelve a dar vida a varios personajes en La vida secreta de Petra Leduc, una pieza inspirada en la vida de la escultora Camille Claudel que DeAmarillo producciones lleva al Gran Teatro esta tarde (20.30 horas). La obra está firmada por Memé Tabares con un elenco con Maite Vallecillo y Jorge Barrantes. En escena, cambia de registro en varias ocasiones, interpreta a la madre, a la amiga Julia y a la enfermera. Tres roles en una hora. No importa. Nuqui ya está acostumbrada a hacer «malabarismos». Los hace también en sus talleres de teatro clown para jóvenes y personas mayores. Hacer el payaso «nos hace recordar lo que habíamos olvidado», dice.

A ser autónoma aprendió de sus padres. Heredó el alma de vendedora en la ferretería de Hipólito. Recuerda el bullying y cómo con el tiempo ha trabajado su autoestima, ahora en sus obras se ríe de ello. «¿Por qué no puede ser doña Inés gorda?». Recuerda cuando se presentó a un cásting en azafatasypromotoras.com para vender puros en el que competía con modelos de 90-60-90. Ella se presentó en vaqueros, Le hicieron un traje a medida porque no había de su talla y vendió más puros que ninguna. Su día a día ahora se basa en «imaginar». Nuqui es feliz y lo proyecta. Después de años tiene claro que todo pasa por algo. En 2013 sufrió un accidente y resuelve que «si hubiera muerto lo habría hecho haciendo lo que quiero». No para, su trabajo es su vida. Quiere dejar constancia e de que «es posible hacer lo que una quiere». Aunque eso se lleve todas sus horas del día. Eso no importa cuando una se dedica a lo que ama. Y no tiene tiempo de pensarlo. Ya va justa que esta tarde tiene que subir el telón.