Rafael Álvarez es el clásico contador de historietas relacionadas con personajes célebres y escritores principalmente de nuestro siglo de oro, con algunas excepciones como la de Francisco de Asís o Zorrilla. ¿Por qué es un fenómeno de masas, que llena durante dos días seguidos nuestro Gran Teatro, con más de mil espectadores, para ver su Dos noches o dos tablas y una pasión? (Título ambiguo o incierto?).

Seguramente porque es un divertido cómico, que sabe parodiar a famosos prototipos como Don Juan Tenorio, bien caricaturizándolo o contraponiéndolo con su contrapunto Don Alonso, el héroe de El caballero de Olmedo, ambos enamorados de su respectiva Inés del alma mía: ¿y juntas por qué no formaron Unidas podemos? (Risas fáciles por lo extemporáneo).

También porque parodia vidas famosas como la de La Magdalena, narrando vivamente la Resurrección de su amado Jesús, que es un eximio precedente de otra enamorada a lo divino, como fue Teresa de Ávila, la guapa monja que no le gustaba estar en el convento sino fundar muchos y desahogar sus arrobos amorosos en sonoras y simbólicas letrillas místicas, que le distraían de simpáticas o enrevesadas vivencias sociales, fruto de su natural espontaneidad.

En su acelerado y un tanto desordenado relato lo va salpicando con graciosas anécdotas: como la del actor que olvidó de momento unos versos del Tenorio e inventó otra palabra que no rimaba «gritos con malditos»; o también jugó un poco con la palabra «lecho» del Cántico Espiritual, bellísimo poema místico de san Juan De la Cruz, basado en el amoroso y salomónico Cantar de los cantares, que querían sustituirlo, pero fue imposible.

Destacó mucho la importancia de la mirada en el mundo amoroso y para ello debemos ensayarnos sabiendo mirar cuadros famosos, que proyectaba ampliados en el ciclorama, principal novedad escenográfica suya: como el de la conversión de San Francisco de Borja ante su reina muerta, cuando replicó este: «no quiero servir a reinas que mueren sino a una inmortal». Concluía el Brujo: hay que saber escoger a quién servir, no como quijotes desorientados que corren tras quiméricas dulcineas o fantasiosos griales.

Fue lástima que recitara tan pocos poemas amorosos clásicos y además resultaron muy acelerados, con distorsionantes subidas y bajadas de tono o musitados como en sordina y con muchos aspavientos; de ahí que apenas se pudo lucir con su violín su amigo Javier Alejano, el cual sí que redoblaba su tambor para rubricar alguna frase famosa o un encendido verso.

Por último, ¿no debía haber recortado un poco la duración de la función, prolongada más de dos horas?, pero que al divertido y fiel respetable parece que no le importó demasiado, al haberse reído y aplaudido muchísimo a este atípico comediante y curioso Brujo escénico.