El mayor grupo químico del mundo, BASF, quiere que la Comisión Europea (CE) apruebe el cultivo y el uso industrial de su patata transgénica, que podría aportarle cuantiosos ingresos, pero a ello se oponen los ecologistas. En febrero, los ministros de Agricultura europeos no lograron ponerse de acuerdo sobre la aprobación o no del cultivo de Amflora y el uso de su pulpa y deshechos como alimento para animales, por lo que, desde entonces, la decisión está en manos de la CE.

Amflora es una patata genéticamente modificada que produce almidón compuesto solo por amilopectina, frente a las patatas comunes, en las que se encuentra una mezcla que incluye también otra sustancia, la amilosa. Según Basf, para muchas aplicaciones técnicas, como el papel, los textiles y en la industria de adhesivos, solo hace falta la amilopectina y la separación de ambos componentes encontrados en la patata común es "poco económica".

La experta en genética Ulrike Brendel, de la organización ecologista Greenpeace, explica que uno de los componentes principales de Amflora es la neomicina fosfotransferasa II (npt-II), un gen resistente a ciertos antibióticos. Para Brendel, la utilización de este tipo de genes es una "técnica peligrosa", ya que éstos pueden ser absorbidos por bacterias que se encuentran en el intestino de animales y seres humanos, lo que conllevaría a que algunos gérmenes se volvieran inmunes a ciertos antibióticos.

La patata transgénica produce amilopectina pura, "lo que ayuda a ahorrar recursos, energía y costes", además de dar al papel fabricado con esta sustancia más brillo y a los adhesivos mayor duración, subraya la portavoz de Basf Mette Johansson. Varios experimentos llevados a cabo en laboratorios y en el campo confirmaron que Amflora es "absolutamente segura" en caso de que sea ingerida por seres humanos, aunque no tendrá sabor, debido a su alto contenido de amilopectina, apunta Johansson.

"Esperamos que la CE tome una decisión cuanto antes, ya que la patata se debe sembrar en abril y cosechar a finales del verano", detalla la portavoz de Basf. El grupo químico alemán prevé unos ingresos, si se aprueba el uso industria de su patata, entre 20 y 30 millones de euros anuales, y espera que proporcione un valor añadido de 100 millones de euros al año a la industria del almidón y a los agricultores europeos. "Estamos convencidos de que no existen otros productos en el mercado que puedan competir con Amflora", apostilló Johansson.

Respecto al debate sobre manipulación genética de los alimentos, Johansson reconoce que "la biotecnología no puede resolver todos los problemas del mundo", aunque "es una parte importante de la solución".

Sin embargo, Brendel precisa que no se han llevado a cabo suficientes pruebas para comprobar los riesgos de esta patata para la salud de los seres humanos. Greenpeace cree que durante la producción, la cosecha, el almacenaje o el transporte de las patatas genéticamente alteradas, éstas pueden llegar a mezclarse con tubérculos comunes, por lo que también el almidón de Amflora puede alcanzar a los consumidores.

"La tecnología genética no puede alimentar al mundo", apostilla Brendel. A su juicio, la manipulación de alimentos aumenta el problema del hambre en el mundo y no forma parte de la solución, tal y como argumenta la industria agrícola para convencer a la opinión pública de la necesidad del uso de esta tecnología.

"Las plantas manipuladas genéticamente no se orientan hacia las necesidades de los pequeños productores en los países en desarrollo", indicó Brendel, que también consideró que esta tecnología "está diseñada para la agricultura industrial y, en muchos casos, para la exportación". Greenpeace se opone a la manipulación de plantas y alimentos, y asegura que "nadie puede calcular cuáles serán las consecuencias de esta intromisión sobre la salud y el medioambiente".