TEts bien sabido que la confianza es fundamental para todos los negocios, pero en especial para el financiero. Cualquier rumor que tome visos de certeza, por mínimos que sean, puede arruinar a un banco o una caja de ahorros, en especial si ya de por sí la situación no es muy boyante. Hace unas semanas, una irresponsable y alocada radio local se hizo eco de ciertas maledicencias sobre una caja castellana y provocó largas colas de impositores rescatando sus ahorros, y caravanas de furgones de seguridad transportando efectivo para hacer frente a la histeria, que por suerte fue breve y localizada.

Es cierto que los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad en el estado de ánimo general, pero hay que decir que algunos directivos bancarios pierden el norte en busca de sus pequeños objetivos anuales y echan basura sobre la competencia de forma tan nefasta como la emisora aludida. Pero no son solo ellos. Toda la banca contribuye al clima de desconfianza con su cerrazón al trasiego interbancario, apostando antes por la deuda pública aunque sea menos rentable. Saben que el deterioro de las subprime en Europa puede rondar los 90.000 millones de euros, pero como conocen todas las trapisondadas posibles no se fían de nadie y prefieren incluso acumular liquidez, por si acaso, aunque luego tengan problemas para colocarla.

Mientras tanto, aparecen algunas víctimas reales. Entidades que tienen que disfrazar el estancamiento del negocio y la desaparición de la disponibilidad de efectivo con ventas repentinas de patrimonio para tapar agujeros.

Circunstancias que de por sí no son especialmente graves ni alarmantes, sino más bien acordes con el momento que vivimos. Por fortuna, los bancos y cajas españoles tienen activos con plusvalías muy importantes, cuya venta les pueden proporcionar --han empezado a proporcionarles ya-- el colchón que necesitan para hacer frente a estos tiempos.